Alicaído prócer. Caen a tu alrededor las hojas de los castaños que te vigilan en la Glorieta, ya ves sus frutos corretear por el suelo y pronto los puestos donde se despachan calentitos poblarán las esquinas de la ciudad. Lo has adivinado: reina el otoño. Lo cual significa que se avecina, pese a los tibios calores que nos regala el veranillo de San Miguel, la hora del frío invernal, el momento de mirar hacia atrás y cuadrar el balance anual. Así que toma papel y lápiz y vete haciendo cuentas, que la aritmética huele hoy a chamusquina.
La primera cifra que debes apuntar lleva muchos ceros detrás: 9.000.000. Esto es, nueve millones de euros. Es la pastizara que va a aportar ese Gobierno catalán que preside el heredero de uno de los grandes sátrapas que alumbró la política española, con perdón. El señor Mas, como ese dineral no sale de su bolsillo, ha decidido gastarlo en promover la consulta, referéndum o como se llame el teatrillo que aspira a organizar el 9 de noviembre. Seguramente las preocupaciones de sus paisanos valen bastante menos: el primer Gobierno autonómico en sacar el hacha y recortar sin duelo, insensible a los lamentos ciudadanos, a despecho de la salud, la asistencia social y la educación que ha dejado de procurar a sus compatriotas, no tiene sin embargo reparos en invertir 9 millones de euros (1.500 millones de las antiguas pesetas en que tú yo seguimos contando la vida) en papeletas, banderolas y otras manifestaciones de la identidad catalana, de suyo tan machacada por el Estado opresor: ya sabes, la pela es la pela, así en Andorra como en Suiza.
Pero la bolsa no suena sólo por la amada tierra catalana. En el epicentro del antiguo Imperio español, rompeolas de todas las Españas que sentenció el clásico, reside el exministro Ruiz Gallardón, cuyo mutis por el foro representa uno de los grandes enigmas de la política contemporánea. Mientras se aclara el misterio de su renuncia, con su jefe en la China, el Rey en Nueva York y el sustituto sentado en la salita de espera del Ministerio, los madrileños han tenido una buena noticia: aunque dijo que abandonaba la política, el ínclito pronto se resistió a privarnos de su presencia y aceptó un puesto en el Consejo Consultivo de Madrid, entidad sin la que seguramente no tendría sentido la vida de los convecinos de Cascorro y Cibeles. En su nueva e indispensable responsabilidad le aguarda un cheque anual que ronda los 90.000 euros, magra cifra habida cuenta los talentos desaprovechados de quien va a recibirlos.
Pero calma. No te indignes demasiado, que traigo una noticia todavía mejor. Verás. Los antiguos responsables de Caja Madrid, según acabamos de descubrir, hacían gratis la compra de casa y endosaban alguna otra factura más oscura a sus impositores, porque decidieron graciosamente, en ese clima de impunidad en que tantos han vivido tanto tiempo, que podían concederse a sí mismos una serie de regalías para completar sus humildes salarios. Son esos caraduras a quienes hemos tenido que rescatar del agujero bancario el resto de sus endeudados compatriotas.
Y no sabes cómo los comprendo: a mí también me dan ganas todos los días de empadronarme en Andorra.
Sobre todo, para no tener que verles la jeta.
(«Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero», Voltaire dixit).