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Vacaciones en Luxemburgo

Alucinado prócer. Hoy quiero que recuerdes conmigo aquel enojoso episodio que llamamos vacaciones fiscales vascas, que yo sin embargo siempre preferiré denominar como monumento a la deslealtad entre las regiones integrantes de ese misterio conocido como España. Se trataba de una serie de privilegios que las antiguas provincias vascongadas ofrecían para fijar una competencia cainita con sus hermanas del sur del Ebro, de modo que los ancestrales abusos propios de quienes se consideran no sólo distintos sino superiores, lejos de disiparse, se reforzaban.

Aquella perversión nacía del trato de favor que distingue a quienes se han visto beneficiados por una curiosa interpretación de los efectos de las guerras carlistas, nada menos, que entronizaron estas y otras prerrogativas so capa de mantener enhiesta la unidad del país. Cosa que, sin embargo, tampoco ha sucedido: como habrás comprobado estos días atendiendo al disparate catalán, son multitud los ciudadanos que quieren para sí los lujos que se conceden a quienes gozan de la denominada foralidad. Una fiscalidad tramposa que debería haber desaparecido en la noche de los tiempos, pero que nos ha reservado notables sobresaltos: sólo la ayuda llegada desde Bruselas para que triunfaran la justicia y el sentido común permitió que La Rioja y otras comunidades se libraran de esa anomalía que les impedía competir en igualdad de condiciones en el libre mercado. Las empresas han ido devolviendo el dinero indebidamente ingresado, las diputaciones vascas van pagando su multa y el Estado español, cumpliendo con las exigencias de la UE.

Así que te asombrará saber que hoy anida en el seno de esas mismas instituciones europeas un monstruo de similares intenciones. Según documentos secretos que acaban de ver la luz, el Gran Ducado de Luxemburgo firmó nada menos que 548 acuerdos con 340 multinacionales para beneficiarse de un régimen fiscal a la carta que les permite pagar un Impuesto de Sociedades muy inferior (ni el 1%, frente al 29% estipulado) al que abonan en otros países de la UE donde desempeñan su actividad. Entre ellos, tu tierra y la mía: España.

Que el arquitecto de tamaña tropelía sea quien hoy presida la Europa unida debe sorprenderte menos que la obstinación continental en mantener entre sus países miembros a esa rareza luxemburguesa, un país que sirve más bien como lavadora del resto de integrantes de la UE. Lo que ignorábamos era que usara un programa de centrifugado tan radical, tan injusto: condena a sus socios a conformarse con las propinas tributarias de esas gigantescas empresas, que se van tan pichis de la visita al fisco y engordan de paso las finanzas del Gran Ducado.

Tales enjuagues tienen nombre (capitalismo) y apellido (salvaje), más doloroso en esta hora aciaga. Una mejorable versión del modelo socioeconómico que ha ofrecido siglos de prosperidad por Europa sería por lo tanto muy bienvenida, sobre todo si repartiera algo más que migajas: un poco de justicia social evitaría bochornos como estas vacaciones luxemburguesas. Aunque para que tal milagro ocurriera los gestores de Bruselas y demás popes financieros deberían volver de sus propias vacaciones.

(John Kenneth Galbraith: «Bajo el capitalismo, el hombre explota al hombre. Bajo el comunismo, es justo lo contrario»).

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