Alterado prócer. Avanza el otoño como observas en la Glorieta y tiembla de frío el arbolado: en efecto, se avecina el invierno pero no verás que tiemblen igualmente los cimientos de la actualidad, dominada desde hace lustros por una cháchara incandescente y a menudo banal, refractaria a la auténtica esencia de los días. Nunca tantos hemos hablado tanto sobre lo insustancial, jamás las naderías ocuparon tan ancho espacio en una realidad construida sobre el eterno blablablá, el ‘ytumás’ infinito, la réplica, la contrarréplica y la recontrarréplica.
Y sin embargo me temo que aquello que de verdad importa, los elementos nucleares que edificarán el porvenir, pasan demasiado desapercibidos. Te citaré tres; el primero, la cultura. La adecuada instrucción de nuestros conciudadanos apenas inquieta a la sociedad patria, más entretenida en los avatares del famoseo y en la adquisición de un sucedáneo de cultura en lugar del original: como advertía el llorado Paco Umbral en alusión a un político socialista, con lo que invierten algunos en fingir que tienen cultura podrían haberse hecho con una de verdad. Así que la cultura emigra de nuestra agenda justo cuando más falta nos hace perseverar en ella, porque nos transforma en ciudadanos más sensibles, sabios y libres. Precisamente lo que menos conviene a quienes pilotan nuestro desdichado mundo, sean quienes sean.
Dos: la educación superior. Vulgo, la universidad. Gran agujero negro de la vida española, un gato al que nadie se atreve a ponerle el cascabel. Reinos de taifas, canonjías y perenne amiguismo dibujan el muy acabado mapa de la endogamia fosilizada, un círculo virtuoso de imperfecciones al que debes añadir un alumnado enfermo de titulitis que sólo parece entusiasmarse cuando llegan las novatadas o toca botellón para honrar al patrón de su carrera respectiva. Te dejo a solas con este dato: ninguna universidad española figura entre las mejores del mundo y ya puedes emplear el baremo que prefieras. Por el contrario, sí que destacan a escala planetaria en la formación de postgrados: un par de ellas atraen a estudiantes de todo el orbe. Ambas son privadas, por cierto. Ahí tienes materia para la reflexión.
Y tres: la baja natalidad, la población tan envejecida, el frenazo demográfico. Un tridente que dibuja un escenario muy preocupante a corto plazo, con peligrosas derivadas sobre un sinfín de ámbitos. Entre ellos, la economía, en su vertiente más delicada para nuestro estado de ánimo: el futuro que acecha a las pensiones. Un sombrío panorama que apenas merece un minuto de nuestras inquietudes cotidianas, como si nuestras jubilaciones estuvieran garantizadas por mandato divino. Dime si te suena alguna medida memorable del fomento de la natalidad, más allá del cheque bebé que se inventó Zapatero: un mal chiste, sí, pero tampoco yo recuerdo nada mucho mejor. No vemos otro horizonte temporal que el próximo instante, que es lo que ocurre cuando confundimos lo urgente con lo importante. Lo que ocurre cuando fracasamos en reconocer la realidad: lo que ocurre cuando nos resistimos a aceptar que estamos en crisis o cuando pensamos que la crisis ya es historia.
(Albert Einstein: «La realidad no es otra cosa que la capacidad que tienen de engañarse nuestros sentidos»).