Querido prócer. La presentación de las listas con que el PSOE concurrirá a las elecciones de mayo así en La Rioja como en Logroño merece tantas interpretaciones que exceden con mucho el espacio que acoge estas líneas. No quisiera aburrirte con un análisis en profundidad, exageradamente detallado. Pero sí me apetece trasladarte un par de reflexiones que figuran más bien en la periferia de las mentadas candidaturas, porque tal vez te ayuden a entender lo sucedido en su auténtica y cabal dimensión.
La lista de Beatriz Arráiz representa, entre otras cosas, un salto generacional. Queda amputada la presencia en los puestos de salida de dirigentes veteranos, entendiendo por veteranos a quienes frisen la cincuentena. Lo cual es legítimo, una atribución personal de la candidata que resulta irreprochable: su quinta, la de los nacidos en la década de los 70, copa las posiciones más relevantes y prefigura un salón de plenos renovado… si logra que quienes le acompañan tomen asiento de concejal. Pero tan llamativo como la configuración por rango de edad resulta comprobar cómo el PSOE declina pescar en los caladeros habituales: ningún representante del mundo educativo, tradicional granero de votos socialista, ni del cultural (que otrora servía como guiño intelectual al votante medio) asoma por los primeros puestos. O es que Arráiz renuncia a incorporar ambos frentes a sus potenciales votantes o es que los da por supuestos. Que es mucho suponer.
La lista de Concha Andreu también poda con parecida desenvoltura a gran parte del núcleo duro parlamentario de las últimas legislaturas. Como en el caso anterior, nada que objetar. La aspirante confecciona su candidatura a su libre albedrío y será ella quien tenga que responder de sus decisiones. Pero así como Arráiz elimina radicalmente cualquier eslabón con el pasado, Andreu se permite alguna concesión con quienes le precedieron, de modo que mantiene entre su círculo más íntimo a diputados como Santos, García o Fernández que todavía lo son.
Una y otra, Arráiz y Andreu, han coincidido también en alejar de sus candidaturas a dos referencias históricas de los respectivos grupos, el municipal y el parlamentario. Nada podrás alegarse en su defensa, habida cuenta de que ambos llevan el suficiente tiempo para ser considerados en efecto amortizables: te hablo de Vicente Urquía y de Pablo Rubio. Pero puesto que tenemos comprobado que la memoria es floja y vivimos en un permanente carrusel frenético donde todo se olvida demasiado pronto, quiero compartir contigo la conveniencia de despedir con cierto honor a ambos. En una época de (merecida, tantas veces) generalizada desafección hacia la cosa política, creo pertinente garantizarles a ambos un adiós al menos digno. Desde luego, parecería apropiado que así lo hicieran desde su partido, pero también desde estas humildes líneas: Urquía y Rubio (sobre todo, el primero) han sido interlocutores habituales de quien te escribe y en esta hora debo reconocer que ambos se han comportado con caballerosidad y decoro. Lo cual es ya casi lo único que uno pide en su relación con los políticos. No han intentado engañar, no han optado por el juego sucio y cuando no podían decir toda la verdad, al menos no te mentían. Y dentro de que defendían la legítima causa del partido al que se debían durante tan largo tiempo, aceptaron hasta donde yo recuerdo la crítica con deportividad: es decir, que golpeaban como corresponde a quien ejerce un cargo público sobre todo desde la oposición, pero también sabían encajar.
Como te ocurre a ti, servidor ya va peinando canas y ve enfilar la puerta de salida a antiguos interlocutores con quienes compartió algunos avatares, cada uno en su sitio. Desfilan hacia la jubilación o hacia otras ocupaciones unos cuantos dirigentes, lo cual tal vez sólo signifique que el tiempo pasa para todos; pero pienso que esta sensación melancólica que procura tanto abandono, tanta renuncia, destila un aroma más grave: se pone en juego un modelo de convivencia en las instituciones. Lo que más o menos Urquía y Rubio garantizaban, igual que otros políticos de su estirpe, militantes de todo el arco ideológico, era una idea de continuidad. Más allá de siglas y personalismos. Un cierto sentido de respeto por el Ayuntamiento de Logroño y por el Parlamento regional, que amenaza con quedarse sin valedores con ese mismo talante. Políticos que asegurasen vocación de diálogo con el resto de fuerzas, que acreditasen eso tan valioso llamado memoria: que supieran en definitiva cómo se hacían las cosas hace veinte años y aprovechasen por lo tanto las lecciones aprendidas. Que aportaran experiencia pero no senilidad. Un atributo que enriquecería la vida política riojana, donde no se prodiga demasiado. Así que honor a los que se van igual que a otros que se fueron por donde vinieron, sin asomo de mancha en su expediente: Máximo Fraile, Ángel Rituerto, Pedro Aceña, Pepe Toledo, Begoña Sacristán… Añade los nombres que quieras y piensa si algún día podremos decir lo mismo de sus sustitutos.