Querido prócer. Como bien sabes, lo malo no es que lleguen las elecciones: lo peor es que llega la campaña. Y aún hay algo todavía más temible: la precampaña. Ese momento en que hombres y mujeres en teoría cabales compiten en el festival del disparate. Cuentan para ello con una audiencia entregada de antemano, capaz de comprar cualquier ocurrencia, puesto que unos y otros saben que se ha abierto la veda y por lo tanto durante este tiempo queda vetada la inteligencia, proscrito el sentido común y prohibida la sensatez. Los potenciales electores, no sólo los más recalcitrantes de entre la militancia, disfrutan mucho con todas estas cosas. Le llaman campaña electoral pero recuerda mucho al Carnaval: hay quien opta por vestirse con el ropaje de estadista, esta temporada se lleva mucho el disfraz de perroflauta (dicen que rejuvenece) y no faltará quien de repente se camufle como salvapatrias.

Un consejo: ten sumo cuidado con todos ellos. Porque todos comparten una peculiaridad común: se acaban de enterar de la realidad que les rodea. Si pudieras alzarte desde ese pedestal de la Glorieta y pasearas por el Paseo de las Cien Tiendas, llegarías dando un paseo hasta el fenecido colegio de los Hermanos Maristas que me tuvo como alumno y observarás como yo una continua romería de nuevos conversos, fieles de flamante cuño que acaban de reparar en lo que cualquier logroñés sabía: su condición de buque varado en el corazón de la ciudad, un edificio tan abandonado como tóxico, puesto que a su alrededor casi ni crece la yerba. Una especie de Rey Midas al revés: en su entorno inmediato apenas florece otra cosa que la fila de parados ante el vecino INEM, porque el comerciante cabal procura buscar otro lugar lejos de allí para defender su negocio. Los que resisten merecen el aplauso ciudadano y aquí va el mío, que niego sin embargo  a todo candidato que, aprovechando que la campaña electoral pasa por Logroño, se atreve a poner Maristas en el centro de su programa, olvidando algunas cosas que quiero recordar contigo.

Lo primero, que el edificio es propiedad privada. Esto es, que sus actuales y bancarios dueños podrán hacer lo que les plazca con sus pertenencias, salvo que se haya declarado en La Rioja un nuevo plan quinquenal al estilo estalinista y no se nos haya informado. Lo segundo, otro olvido: que el edificio que rodea tu escultura, el Instituto Sagasta, cuya actividad algunas buenas almas pretenden trasladar al mentado Maristas, también tiene papá y mamá. Da la casualidad que ese edificio es de todos: de la Administración pública regional que vela por nuestros intereses, algunas veces (cierto) con más destreza que otras. Pero que el Sagasta, que también por cierto me retuvo algún curso entre sus aulas, deje de ser lo que siempre fue, bandera de la educación de Logroño, y pase a convertirse en contenedor de servicios públicos, esa vulgaridad que ha acabado ya con el señorío y prestigio de otros inmuebles históricos de la ciudad merecedores de mejor destino… Es una idea que quien esto firma se toma como afrenta de colosal envergadura.

Aunque da lo mismo: en la bolsa electoral cotizan por igual la ocurrencia ingeniosa que la propuesta sensata. Así que quedas avisado: cada partido que concurra a las urnas deberá pasarse algún día por Calvo Sotelo, fotografiarse delante del pobre colegio San José que no se ha metido con nadie, darse luego una caminata hasta la Glorieta y retratarse también delante del venerable instituto que tampoco tiene culpa de nada, para informar luego a los logroñeses de que acaban de descubrir el agua tibia o cualquier otro Mediterráneo. Yo, por el contrario, pienso que lo mejor que nos puede suceder a los administrados es tropezar con candidatos que prometan todo lo contrario: que no van a hacer nada. Por ejemplo. Que suele ser la mejor receta para no incurrir en errores. Como sabes, yo me conformo con poco. De nuestros políticos y partidos, me bastaría con si tienen que hacer algo, que hagan pedagogía. Y si tienen que dar, que se limiten a dar ejemplo.