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Carta a Sagasta

La devastación que no cesa

Fachada de Casa Mazo, tienda de la calle Hermanos Moroy de Logroño

Querido prócer. Siento repetirme, pero no me resisto a compartir contigo nuevas cavilaciones en torno a esa cuestión tantas veces comentada, a ese pesar mutuo que nos invade cuando comprobamos que otro comercio-de-Logroño-de-toda-la-vida cierra la persiana para no volver a abrir nunca jamás. Ya te hablé antes en este mismo espacio de la perfumería Samantha, cuyo dueño se negó a mantener su negocio y concluyó su vida profesional con un alegato en torno al modelo comercial que nos invade. Una opinión que resulta ahora tal vez más pertinente, porque coinciden dos noticias que puedes interpretar como dos polos extremos de la misma realidad: abre una gran superficie en la periferia, se despide una tienda del centro de Logroño.

La tienda se llama Casa Mazo y cuenta con su propia historia, ligada en lo más íntimo a la historia de la ciudad que la alberga. Porque quien paseara por la calle Hermanos Moroy tropezaría durante largos años con el escaparate de este comercio textil, que habrá sorprendido a más de un visitante y a más de un indígena con las propuestas que exhibía su singular escaparate. Recuerdo que cuando se lo enseñé a un antiguo amigo era inevitable que cada vez que volviera por Logroño me pidiera que le llevara de nuevo hasta Casa Mazo: aquellos maniquíes que mostraban su ajustada ropa interior dando vueltas sobre sí mismos le tenían fascinado. Culos autómatas que dejarán de girar: así lo anuncia el cartel que decora su frente y que también ilumina estas líneas, cortesía del fotógrafo Justo Rodríguez, que fue quien me dio aviso.

Así que se hará raro cruzar de nuevo ante la tienda sin que te salude ese maravilloso escaparate pero nos iremos acostumbrando. La devastación del pequeño comercio ciudadano tiene toda la pinta de haber venido aquí para quedarse. Habrá quien piense que se trata de una cuestión menor, que no afecta a la esencia logroñesa. Discrepo. Porque la diversidad comercial incorpora elementos decisivos para garantizar la convivencia vecinal, como la posibilidad de fijar población en aquellos rincones de la ciudad más anclados a su memoria. Y porque lo contrario significa transformar el corazón de Logroño en esa especie de parque temático para el turismo en que amenaza con convertirse. Porque la alternativa a este tipo de tiendas como Casa Mazo cuyo adiós se precipita es la conocida: que alguien abra un bar.

Nada tengo contra los bares, como sabes. Más bien al contrario. Pero ya te tengo advertido que este monocultivo hostelero en que ha devenido la oferta comercial de Logroño encierra más de un peligro. Tienda que cae, bar, kebab o restaurante que abre. La riqueza de antaño pertenece ya a ese ámbito, al de la historia: perecen como moscas las antiguas ferreterías, bazares, tiendas de música o de ropa, cuya mercancía deberás buscar en la mayoría de los casos en ese dédado de superficies comerciales de las afueras, contra las que tampoco nada tengo. Pero sospecho que algo más de equilibrio entre un modelo y otro representaría una ganancia espectacular para el ciudadano, que corre el riesgo de convertirse en otra cosa: en simple consumidor aborregado.

Porque cuando comprar un triste disco, los calzoncillos robotizados de Casa Mazo o la ración de moscas para los útiles de pesca exige recurrir al coche o al transporte público; cuando el paseo relajado por el alma de las ciudades se ve monopolizado por una abrumadora oferta de bares y casi solo bares; cuando el Logroño de siempre va feneciendo, perdemos todos. Los que conocimos ese mismo Logroño en su época de mayor esplendor y quienes nos siguen en la pirámide demográfica, porque no saben lo que se pierden. Se pierden una ciudad más amable, más civilizada y más predispuesta para que el autóctono y el forastero la hagan suya.

El novelista Antonio Muñoz Molina, en su recomendable última novela ‘Como la sombra que se va’, vuelve sobre sus pasos a Lisboa, escenario de su primer gran éxito, ‘El invierno en Lisboa’. El autor deambula por la ciudad y tropieza con un vetusto edificio dedicado a cinematógrafo, que le impresiona por su majestuosidad. Anota lo siguiente: “Había perdurado como tantas cosas en Lisboa, con un deterioro que era la marca del tiempo pero que no conducía a la ruina, por efecto de esa indulgencia entre piadosa y descuidada hacia lo anacrónico que en seguida me había gustado tanto en la ciudad, sin duda por contraste con el bárbaro impulso de demolición que ha arrasado las ciudades españolas”. Yo veo los muros de Casa Mazo y concluyo que no puedo explicar mejor que Muñoz Molina la impresión que me produce este seísmo que nos abruma.

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