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jalacid62

Carta a Sagasta

Manual del buen logroñés

 

Querido prócer. Como te supongo ansioso ante la perspectiva de largarte como sueles a Salou con ocasión del puente que se avecina, he pensado allegarte estas líneas donde condenso algunas actividades propias de tus paisanos y los míos, ciudadanos de la querida ciudad de Logroño, por si prefieres quedarte entre nosotros y rendir tributo al patrón San Bernabé. Me parecería fetén que en consecuencia me confirmaras si observas en nuestra conducta algunos de los valores propios del buen logroñés que aquí comparto contigo, atributos nutrientes de nuestro linaje que dan sentido a nuestros pasos por esta bendita tierra.

  1. Un buen logroñés cruza la calle por donde quiere. Es decir, el semáforo deberá interpretarse como un bulto sospechoso. Una mera referencia que no puede impedirnos trazar nuestras caminatas por donde nos plazca, a desprecio del código de circulación y ordenanzas municipales. Sobre todo, si tal sujeto es de edad provecta y se auxilia de bastón: en tal caso, sus profundas convicciones logroñesas le llevarán a paralizar el tráfico, desatar la ira de conductores y resto de peatones y poner a prueba la paciencia de los guardias municipales.
  2. Llegado el verano, deberá conquistar todo buen caballero logroñés los andurriales de la periferia, despojarse de la vestimenta superior e ir enseñando las tetas al resto de congéneres. Si en sus excursiones por la periferia topara con un huerto, se llevaría punto extra en esta improvisada clasificación si vaciara de su botín los frutales que no son suyos, extrayendo para tal fin de su pantaloneta una bolsa de Simago, donde iría recopilando los hermosos frutos de la huerta logroñesa y alrededores para luego presumir de ellos en el convite subsiguiente en merendero, choco o bajera de la que seguro que disfruta.
  3. Si toma el coche, un buen logroñés deberá atender a los preceptos propios de su estirpe: lo primero, saludar a amigos y conocidos a golpe de bocinazos. Se trata por lo demás de un modelo de acreditados resultados para avisar el conductor de adelante, detenido ante un semáforo o un stop, de que tenemos prisa: hay logroñeses cuyo sistema nervioso está sincronizado para que el claxon suene en el mismo nanosegundo en que el semáforo vira a verde y por lo tanto merecen tales conductores gran honra de la comunidad científica, que ya está tardando en estudiar sus meninges.
  4. Una vez en marcha, lo primero que hace un logroñés al volante es aparcar en doble fila. Debe advertirse que semejante práctica se encuentra muy extendida por el universo mundo, pero en el caso de Logroño hemos puesto en marcha, no sin esfuerzo, distintas modalidades propias, merecedoras de mayor fama. Te las recuerdo:
  • No cualquier doble fila. Es decir, si por la calle que transita un conductor logroñés ya hay una doble fila instalada como es norma, procurará inventar la suya propia, deteniendo el vehículo en el otro lado de la calzada, hasta ese momento libre de turismos. Es la llamada doble doble fila, tan entrañable. Un invento tan logroñés como la fregona que reclama a gritos mármol y panteón y genera en la calle elegida para ese efecto una especie de estrecha garganta garantizadora de hermosos atascos.
  • Mejor si hay sitio. Una doble fila la puede construir cualquiera. Un logroñés, sin embargo, se pone nervioso cuando observa que en su lugar de destino hay plazas libres y por lo tanto debería ser innecesario aparcar en doble fila. ¿Qué hacer en esa ocasión? Sencillo. Ignorar el sitio vacante, en teoría ideal para el estacionamiento, y situarse en paralelo despreciando los códigos de circulación al uso. Y qué belleza esa doble fila de vehículos prolongándose hasta el infinito cuando a su vera brotan los sitios completamente libres. Completamente vacíos: esa doble fila huele a victoria.
  • Maniobra que algo queda. El perfeccionamiento en la práctica de la doble fila se alcanza cuando encontramos una ya existente, donde brota un suculento hueco entre coche y coche mal aparcados que reclama a gritos ser ocupado. El conductor logroñés ha desarrollado una notable pericia en maniobrar en el humilde espacio de una baldosa, ayudado por el sistema de dirección asistida, para ocupar esa plaza libre en doble fila, aparcar por lo tanto mal el coche, llamar a bocinazos al cuñado que pasa por allí, vaciar el cenicero en la calzada como quien no quiere la cosa, despojarse de la camiseta, quedarse en pantaloneta y chanclas (lorzas al aire) y cruzar la calle por donde le pete exhibiendo ufano su tórax.

Estos mandamientos, en realidad, se resumen en dos: un logroñés tendrá que visitar El Corte Inglés en cuanto abandone suelo patrio. Si se decanta por quedarse en casa en las fiestas bernabeas, deberá comerse las fresas de vísperas y el pez en la señalada fecha del patrón, a quien tanto recordamos. Evitó que nos conquistaran los vecinos galos y nos convirtiéramos en esa cosa tan aburrida: franceses.

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