Eximio prócer. Recién abiertas las urnas donde depositamos las menguadas papeletas con destino a Europa, cundió el desánimo entre las más preclaras mentes de nuestras sociedades y se extendió similar sensación al resto de la ciudadanía. Resulta que en el nuevo Europarlamento va a sentarse un amenazante número de diputados que no se distingue precisamente por su afecto hacia las bases de la convivencia común, que por lo tanto se confiesan ajenos a los pilares donde se asienta el ejercicio de libertades democráticas, respeto por la ley y la justicia e imperio de los derechos humanos que integran el corazón continental.

De modo que creo llegada la hora de pedirte que proclames conmigo: no podemos. No podemos permitir que la marea de desafección popular acabe por imponer gobiernos de dudoso signo en países de tan esmerado cultivo de la democracia como Francia. No podemos consentir que triunfe el escepticismo, porque en su raíz esconde un aire cínico que invalida el debate ciudadano y amputa las más acabadas muestras de diversidad ideológica. No podemos tampoco tolerar que las mayorías impongan su visión elitista del juego político, olvidando que deben gran parte de su hegemonía a una ley electoral muy mejorable, por no llamarla injusta. No podemos, en fin, aceptar que la nueva Europa aniquile al diferente, persiga al extranjero, liquide la globalidad de ideas que nos hicieron fuertes. Y para no contagiarte del derrotismo dominante, quedas avisado: hay margen para la esperanza.

Verás: hace unos días visitó estas páginas un buen hombre, maestro por más señas. Esa palabra me encanta, maestro. Y éste de quien te habló ejerce como tal: se llama Rubén Galilea y sirve a la comunidad educativa de Ausejo, localidad de La Rioja Baja enriquecida en los últimos años gracias al esfuerzo de sus vecinos; entre ellos, lo son en notable proporción algunos llegados de fuera. De muy lejos. De otros países, culturas y religiones. Es lo mismo: cuando se trata de contribuir al bien común, cualquier mano es bienvenida porque es mano amiga. Habrá conflictos, cómo no: siempre los hubo en nuestros pueblos y ciudades, pero este caballero defiende un sentido compartido de identidad propia que explica el bienestar de que gozan municipios como éste. Que tienen la dicha de contar con un maestro que alerta de las benéficas consecuencias de la inmigración y subraya la conveniencia de que todos formen parte de un proyecto coincidente.

Tengo más noticias de parecido cariz. Logroño se acaba de dotar de wifi en sus autobuses, avance posible gracias a que un grupo de jovencitos lo sugirió al Ayuntamiento, que aceptó la idea. Distinguirás entre esos chavales a uno de nuevo cuño, Omar. Sospecho que sus padres no conocieron la ciudad cuando acababa en la Gran Vía, pero da igual: desde que tropecé con su sonrisa colgado del móvil, navegando en el bus mientras veía cumplido su sueño, me sentí dichoso de ser su convecino. Y la última buena nueva. Entre el sombrío recuento de papeletas, desde Suecia llegó un feliz anuncio: a Bruselas enviará a Soraya Post, mujer y gitana. Ahora será europarlamentaria, justo cuando nos asquea tanto cafre que se cree superior a mujeres y gitanos.

Lo cual también demuestra que voto a voto otra Europa es posible.