Benévolo prócer. Como recordarás, te tengo advertido en alguna misiva anterior de los graves problemas que atraviesa nuestra democracia, sobre todo desde que devino en partitocracia sin que su benéfica influencia anidara en el interior de los partidos. Quiere decirse que profundizar en el régimen de libertades propio de nuestro sistema exige maniobras de grueso calibre en el seno de las formaciones políticas: cómo convencernos de que les concedamos nuestros votos si ignoramos cómo eligen a sus dirigentes para merecer nuestra confianza. Cómo creer en sus palabras si su mayor mérito reside en haber sido designados por el dedo del amado líder, convirtiendo en puro teatro las votaciones internas que se limitan a confirmar lo que venía decidido de antemano.
Sobre este particular gravita la incapacidad de los partidos para dotarse de algo parecido a una democracia con ocasión de las votaciones para su cargos orgánicos y de representación, salvado sea el caso de algunos minoritarios (que tal vez por eso, por minoritarios), se permiten ciertas alegrías y se creen de verdad que los problemas de la democracia se resuelven con más democracia. No con menos. Apenas el PSOE se atrevió a ensayar su modelo de primarias, con el mismo entusiasmo con que yo pido hora en el dentista. Fracaso tras fracaso, el sistema socialista se ha ido alejando del modelo en que se inspira (nacido en los Estados Unidos), mientras lo iba ahormando a su gusto el ente llamado aparato, mecanismo del que disponen los partidos mayoritarios (o con vocación mayoritaria) para asegurarse de que todo queda atado. Y bien atado
Es una de esas cosas en que tanto se parecen PP y PSOE: un poco de estalinismo no le viene mal a ninguno de los dos para evitar sobresaltos. No vaya a ser que la militancia opine libremente y alguno se lleve un sofoco. Prevalece la tendencia a cooptar al candidato elegido por un sanedrín de notables y que el afiliado se limite a cabecear en señal de asentimiento. Más tarde, se rellena ese hueco con un aluvión de frases hechas, mensajes a la unidad y resto de topicazos y ya tiene usted a alcaldable y/o presidenciable, de modo que al electorado se le presenta la urna como una cuestión de fe.
Los dogmáticos lo tienen claro; los más templados como yo, ya sabes, dudamos. Y a nuestros titubeos no ayudan nada espectáculos como el que protagonizan los socialistas con su primarias, porque no resultan creíbles. Es el mismo mal que aqueja a sus rivales del PP: al público le gustaría saber algún día cómo sometió Rajoy a sus rivales para alzarse con el poder en su partido. Qué argumentos esgrimió, cuál fue su estrategia, en qué debates triunfó. Qué le separaba de Rato, en qué se alejaba de Mayor Oreja, qué opina de esto y de lo otro. Pero nos tenemos que conformar con seguir en la inopia, ignorantes del pensamiento político que adorna a quien hoy ocupa La Moncloa.
Se trata como te digo de una enfermedad contagiosa. El socialismo patrio habla y no para de sus candidatos, de Sánchez a Madina, pasando por Sotillos, Pérez Tapias y demás tapados, que aseguran ser depositarios de la esencia de su partido, pero si husmeas entres sus declaraciones te quedas frío: sólo verás un eslogan tras otro. Uno habla de cambiar al PSOE «con corazón y cabeza» (¿?), otro prefiere propinarnos un «shock de modernidad» (¿Qué será eso?), el otro caballero más a la izquierda aboga por refundar el PSOE y devolvérselo a los militantes (no, yo tampoco lo entiendo), del cuarto en liza poco se sabe… Lo que de verdad nos piden unos y otros, sin confesarlo, es que les acompañemos en ese salto al vacío que preparan: el viaje que va desde la democracia al populismo. El peligroso populismo, la democracia para perezosos mentales que dice Fernando Savater. El fascismo de las clases medias, como advertía Paco Umbral.