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Carta a Sagasta

Era de Justicia

 

Querido prócer. Hace ahora cinco años comenzamos a escribirnos estas misivas semanales que compartimos con nuestros improbables lectores. La primera se titulaba ‘Es de Justicia’ y aludía a los avatares del mundo jurídico vistos desde una óptica riojana: sonaba la hora de las transferencias y aquel artículo condensaba mis inquietudes al respecto. Hoy lo releo y compruebo que cada cuita estaba justificada: de hecho, me quedé corto. Con el paso de los días, los entresijos de cuanto ocurre por los tribunales me han escandalizado en similar proporción al asombro que causaba entre nuestros paisanos, poco habituados a tanta componenda que con demasiada frecuencia se disfraza de sorprendente auto, absolución marciana o estupefaciente condena.

En realidad, cuantos males acechan al solar patrio han ido apareciendo en estas páginas con puntualidad suiza durante estos años y para cada una de esas enfermedades diagnosticadas sirve la misma conclusión que para la Justicia: todo lo que podía empeorar, en efecto ha ido empeorando. De modo que la serie de cartas que hemos construido puede entenderse muy bien como un catálogo de las penurias que nos lastran como nación. La mejorable calidad de nuestra clase política, sólo comparable en su calamitoso aspecto al que presenta la sociedad española en su conjunto, no ha sido el único aspecto sombrío recopilado en este intercambio de pareceres que cumple un lustro. La corrupción que todo lo invade (y que empieza cuando el fontanero no te liquida el IVA), la insoportable sensación de impunidad con que se pasea por el mundo tanto compatriota (convertido a menudo en andorrano), la ferocidad con que la crisis (que no es sólo económica, sino moral) golpea a los más desfavorecidos, la pobre respuesta de los poderes públicos para compensar a quienes menos tienen y más sufren los recortes (que otros llamarán ajustes), la nostalgia de esos años en que los españoles parecían (por fin) navegar juntos en la dirección correcta: con todos estos materiales hemos ido forjando entre tú y quien esto firma el relato de la actualidad, que alguna vez trajo buenas nuevas.

Porque cuando esta carta se iluminaba era porque alguna mano anónima nos regalaba el ejemplar testimonio de una conducta piadosa y compasiva, generosa hasta el punto de convertir en noticia gestos que en otra época carecían de tal relieve. La solidaria respuesta de quienes teniendo poco se juzgan afortunados porque tienen algo (lo cual sigue siendo mejor que no tener nada) y la maravillosa sensación de que entre el erial en que ha devenido nuestro país había (y todavía hay) quien cumple su deber con decoro y decencia han sido dos coordenadas que habrás detectado en tu radar y nos ayudaron a sobrellevar tanto y tan amargo cáliz.

Dejo para el final lo mejor, aunque te resulte vanidosa esta confidencia: lo más gratificante ha sido tropezar con quienes celebraban estas cartas con cálidos elogios y me animaban a seguir compartiendo contigo mi visión de la vida, pues notaba que para muchos lectores tu figura se hacía reconocible y popular. Porque era de Justicia reivindicarte como lo que fuiste: un digno y competente político. Adicto como los de tu generación al caciquismo, pero un auténtico gigante comparado con lo que vino luego. El preclaro prócer que nos legó esta cita, cada día más pertinente: «Si se cierran las puertas de la Justicia, se abren las de la revolución».

(Quedas avisado: el año entrante me verás escribiendo en otro rincón de este periódico).

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