Querido prócer. Paseando estos días por tu ciudad y la mía, me vino a la cabeza el verso antiguo, que aquí comparto contigo transformado al aroma de mis cavilaciones: “Miré los comercios de la patria mía/si un tiempo fuertes ya desmoronados/de la carrera de la edad cansados/por quien caduca ya su valentía”. Porque mientras en El Espolón acampaba la edición anual de la feria de ocasiones, antes llamadas gangas, yo veía el legendario comercio de Gaby, donde varias generaciones de logroñeses alguna vez ingresaron para comprar una vajilla, un portarretratos o un juego de bandejas y donde tantas parejas que hoy peinarán venerables canas dispusieron su lista de bodas, con la persiana bajada. Así que derramé una imaginaria lágrima por los buenos tiempos y continué la caminata, que me deparó una sorpresa formidable en forma de cartel.
Ahí lo ves, presidiendo estas líneas que te allego. Es una especie de testamento que un comerciante prejubilado ha legado a sus paisanos, quienes se pasman (nos pasmamos) ante su lectura. Reza así, por si no tienes las gafas de cerca a mano: “Ya nos vamos, ya. Hemos tratado de servir al público desde 1969. Pero al final… lo hemos comprendido: Logroño quiere hoy otro tipo de comercios. Adiós”. Un mensaje escueto pero contundente. Lo firma el responsable de la perfumería Samantha, otro de esos comercios-de-toda-la-vida que deja huérfana a su clientela. Supongo que hay acontecimientos más graves acechando entre la realidad planetaria pero qué quieres: ya sabes que a mí me gustan estas noticias ricas en letra pequeña, porque en su aparente levedad encierran asuntos de mayor relevancia de la imaginable. Que el centro de la ciudad, la avenida de Jorge Vigón en concreto, se quede sin este tipo de comercio que, entre otras cosas, contribuía a mantener viva la llama de una cierta manera de entender nuestra civilización, me parece un suceso de cierta enjundia, que me lleva a compartir contigo esta pregunta: qué ciudad queremos.
Qué Logroño queremos, en definitiva. Dentro de unos días, las calles se llenarán de altavoces difundiendo los eslogánes de los partidos en liza, en su carrera hacia las urnas de mayo. Triunfará en los muros la cartelería diversa y atronará la propaganda por tierra, mar y aire: entonces será pertinente, pero también lo es ahora, preguntarles a unos y otros, sea cual sea el color de la camiseta ideológica con que se equipen, qué ciudad pretenden para sus habitantes. Y será igual de pertinente preguntarles si ese modelo de ciudad incluye convertir su corazón en una especie de espacio monotemático para el ocio del fin de semana y apaga y vámonos.
A mí me gustaría que en sus programas los candidatos explicarán qué planean en Logroño para que no desaparezcan más negocios como Gaby o Samantha. Qué modelo de convivencia incluyen en sus proyectos. Porque cualquier ciudadano tiene muy presente cómo el Casco Antiguo, antaño oasis del comercio que llenaba de vida calles y plazas sin necesidad de peris o de otros inventos contemporáneos, se ha ido extinguiendo: dentro de poco, sólo quedarán bares y restaurantes. Y porque esa marea de los nuevos modelos de consumo se extiende hacia el sur de la ciudad, barre ya el entorno del Espolón y se amplía hacia la Gran Vía y su entorno. Un avance imparable cuyo horizonte temporal parece cercano. La ciudad que entonces será ofrece un aspecto temible, justo cuando por otras latitudes se observan movimientos de signo opuesto. Cualquier viajero puede comprobar por sí mismo el agradable confort que desprende visitar ciudades de este país y de los vecinos y curiosear en establecimientos que sobreviven y que contribuyen a la identidad autóctona como ninguna red de franquicias lo puede hacer, como ningún océano comercial de la periferia logra construir. Y podrá recordar cómo la personalidad de Logroño se alimentaba hasta ahora de este tipo de detalles irrenunciables.
En fin. No te aburro. Con esta misiva sólo quería participarte de las aflicciones que me abaten cuando tropiezo con avisos como el arriba citado. Ya quisiera yo que esta fuera la última vez en que un establecimiento arrojara la toalla aunque me malicio que la modernidad nos traerá otros cierres como éste. Pero al menos no podremos alegar que no estábamos avisados.