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Carta a Sagasta

Flores para un logroñés

Ramo de flores en una farola de la plaza del Mercado de Logroño

 

Querido prócer. Como sabes, la Iglesia católica celebró este jueves la festividad del Corpus, fecha grande en su calendario; como quiera que tal día hace tiempo que dejó de ser festivo en La Rioja, manda la costumbre que los fastos se reserven para el domingo inmediatamente posterior. Así ocurre este año y así ocurrió hace dos: entonces, ese domingo cayó el 2 de junio. Los fieles se apostaron alrededor de La Redonda de Logroño participando en la tradición de enhebrar alfombras florales para adornar la procesión que culmina los actos festivos; fue entonces cuando un logroñés, cofrade del Santo Entierro, sufrió un fulminante ataque al corazón, que le causó la muerte en pocos segundos para desolación y dolor del resto de cofrades, amigos y, sobre todo, familiares.

Aquel era un logroñés sencillo, un hombre de bien. Como tampoco ignoras, la agenda informativa suele poblarse de acontecimientos extraordinarios, sucesos extravagantes y curiosidades varias; resulta menos frecuente que se ocupe de atender las inquietudes del peatón de la historia, de todos esos ciudadanos que honran esa condición acudiendo puntuales a su trabajo, desempeñando sus quehaceres con discreción y eficacia, dueños de un alto sentido del deber y espíritu de compromiso. Seres humanos que mantienen viva la llama de la ciudadanía siendo buenos esposos, buenos padres y buenos amigos. Sus vidas jamás se convierten en noticia… salvo que tengan la desdicha de sufrir un contratiempo como el arriba relatado.

El caso es que durante largo tiempo vengo observando que, en su memoria, un ramo de flores luce en lo alto de una farola de la plaza del Mercado, allí donde falleció. Miento: no, no lo sabía. En realidad, sólo veía el ramillete pero lo ignoraba todo sobre el motivo de que hubiera aparecido allí. Pregunté a unos cuantos conocidos, que no me supieron explicar a qué obedecía ese detalle, que en efecto suele aparecer en el lugar donde ocurre alguna tragedia. Así que seguí preguntando y tuve suerte: una gentil comerciante que defiende su tienda en los soportales de enfrente me contó que aquellas flores custodiaban la memoria del convecino muerto hace dos años, cuando colaboraba en los preparativos del Corpus. Unos familiares, me informó, se ocupan desde entonces de que los logroñeses le recuerden. Al menos, de que los suyos no le olviden. Al principio, situaban las flores en la parte inferior de la farola, pero las alimañas nocturnas las arrancaban, de modo que desde entonces gracias a la escalera que les proporcionan en un comercio aledaño se aupan en ella para refrescar el ramillete en cuanto las flores decaen, en cuanto se quedan mustias. Todo un símbolo. Una emocionante metáfora logroñesa.

Porque a mí ese gesto me conmovió. Me conmueve siempre que veo un ramillete semejante en alguna cuneta, en algún cruce de carretera, donde resulta más habitual, pero me conmueve sobre todo verlo en el corazón de Logroño porque tiene algo de hermoso gesto ciudadano. En este tiempo frenético, donde mirar hacia atrás parece una debilidad y sólo existe el presente, ese testimonio en forma de homenaje me parece un monumento que nos ennoblece. Ennoblece desde luego a los familiares que se toman la molestia de no abandonarse al olvido. Creo de verdad que también nos mejora como ciudadanos a quienes nos convertimos en testigos pasajeros de ese detalle póstumo y nos preguntamos a qué se deben esas flores; y sobre todo ennoblece al vecino desaparecido: gracias a sus amigos, familiares y cofrades que han tenido a bien atenderme con esmero y diligencia, te recuerdo ahora quién era.

Aquel logroñés de bien se llamaba Juan Antonio Vélez de Mendizábal, miembro de la Hermandad de Cofradías de Logroño. Tenía 50 años, estaba casado y era padre de una hija. En su memoria, Diario LA RIOJA publicó al día siguiente una emotiva despedida que firmó Fermín Labarga, Prior de la Hermandad de Cofradías de la Pasión de la Ciudad de Logroño, cuyas palabras te recuerdo a continuación: “Juanan era un hombre honesto, noble y trabajador, de los que no les gusta colgarse medallas sino permanecer en un discreto segundo plano” Y añadía: “Siempre le recordaremos discreto y sencillo como era”.

Ese es también el objetivo de estas líneas: recordar a un logroñés. Homenajear su memoria. Es muy fácil cumplir ese propósito: bastará con derramar por él una lágrima, imaginaria o real, cada vez que veamos esas flores luciendo en una farola de la plaza del Mercado. Y confirmar de esta manera que las ciudades las hacen los de siempre, los ciudadanos.

 

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