Querido prócer, buenas noticias: por fin te marcharás de tu actual emplazamiento. Como corresponde a la tradición, cada par de mandatos la Corporación logroñesa que se aburre mata moscas con el rabo y le da un ataque de urbanismo, que suele provocar cambios más cosméticos que profundos y tiende a elegir como escenario de su incontinencia gestora la Glorieta que te aloja. Así que toca mudanza: ignoro si mantendrán el elevado pedestal que te regaló el bipartito, pero todo indica que emprenderás viaje de regreso a tu anterior sede, frente al Muro de Cervantes. Dejarás de vigilar el Espolón y de lamentarte por la liquidación de los graciosos azulejos que adornaban tu vecina pérgola: a cambio, podrás disfrutar de unas estupendas vistas que ahora te resumo.
Desde el Muro de Cervantes tendrás a tu disposición el barrio de la Judería, la Villanueva o como quiera que se llame: es decir, Rodríguez Paterna y alrededores. Así podrás ir sumando días a los años de retraso que acumula aquel macroproyecto que iba a regenerar toda esa zona, una de tantas iniciativas municipales que se llevaron la crisis y la desidia gubernamental. También podrás atisbar ese recoleto rincón de Logroño llamada plaza de San Bartolomé: sus bancos ocupados por una legión de pordioseros para indignación de vecinos y comerciantes, que se pasan la vida pegados al teléfono para avisar a la dotación policial, que los desaloja cinco minutos antes de que regresen a aposentarse en sus feudos y vuelta a empezar.
Y hablando de mendigos: me malicio que desde el Muro de Cervantes gozarás de mejor perspectiva para preocuparte por las tristes andanzas de quienes hace años conquistaron ese tramo de la Glorieta que mira hacia Juan XXIII, un umbrío espacio donde confluyen todos los males de nuestra sociedad. Alcoholismo, degradación ciudadana, abandono a la intemperie de nuestros semejantes… Sí, todo muy estimulante, pero no te asustes: todavía no te he contado lo peor. En la pérgola cuya cercanía abandonas amenaza el Ayuntamiento con instalar una lámina de agua inspirada en no sé qué lejana ciudad (Chicago, dicen: a ver si se traen también el tren elevado), la Glorieta entera ejercerá de rotonda (¿?) para regular el bendito tráfico que la rodea y su maltrecho entorno encontrará como ocupación central servir como parada de autobuses, magnífico destino para la plaza que fue central de Logroño.
Así que allí te espero, emplazado en el mismo lugar donde te retrataron en la imagen que aquí adjunto. Aquella de la foto era otra ciudad, es cierto. Más amable, menos agresiva, más cívica: más ciudadana, valgan la redundancia y la paradoja. Los árboles desarrollaban su propia teoría en los coquetos parterres de la Glorieta para procurarte refugio y consuelo, la vida viajaba sin duda más despacio y por el Ayuntamiento no se estilaba aún la manía de cambiar lo que funciona: aquellos regidores se preocupaban sobre todo de mejorar lo que iba mal. Los bisabuelos del actual equipo de Gobierno carecían de los presupuestos que ahora se manejan, así que se conformaban con hacer lo que cualquiera en su casa: economía. Economía doméstica. No contrataban magnos estudios arquitectócnicos destinados a morir en un cajón, no volvían loco al administrado con cambios continuos en sus planes urbanísticos ni mareaban a la opinión pública amagando anuncios que nunca se cumplen.
Afortunadamente, añado yo: porque coincido contigo en que lo ideal sería dejar la Glorieta como está, limitando los planes urbanísticos a eliminar el maldito adoquinado, peatonalizar apenas el tramo que va hasta el Espolón, trasplantar arbolado para dejar la plaza más limpia y paseable. Sí, dejarte donde estabas sería también una idea estupenda. Claro que resulta más barata y sencilla que hacerles caso a los arquitectos e ingenieros convocados en teoría para mejorarnos la vida, a quienes sólo pedimos lo mismo que pedimos a nuestros concejales: virgencita, virgencita, que nos dejen como estamos.