Publiqué este artículo meses atrás en Diario LA RIOJA a propósito de la polémica sobre Duques de Nájera, su rotonda y su túnel. Pasan los días, se envenena la controversia, me pongo al día de informes, rectificaciones y otros sucedidos y… Lo siento: sigo pensando lo mismo. Que me asombra esta sensibilidad logroñesa por una triste rotonda luego de los dislates perpetrados en la historia más reciente en materia de patrimonio.

El artículo se titula ‘La luz y el túnel’

Monumental prócer. Toma papel y lápiz y anota por favor la lista que voy a recitarte. No es la de la compra, es la de la infamia: la relación de cuantos edificios han sido demolidos en el reciente pasado de Logroño, en medio de la general indiferencia ciudadana (cuando no contando su aplauso).

Empiezo: el palacete de Vara de Rey 1, con nocturnidad y alevosía. La plaza de toros y el viejo Las Gaunas, reemplazados ambos por sendos bodrios que espantan incluso de lejos. El hermoso frente de fachadas que recorría Miguel Villanueva e incorporaba como remate final el singular edificio de Marrodán; unas cuantas estupendas casas que nos dejó Fermín Álamo en Doce Ligero. Medio Maristas (cuyo solar ahí sigue, mudo y doloroso testimonio de los años en que nos volvimos majaretas); la antigua estación de tren, los chalecitos que adornaban el tramo final de avenida de la Paz y la elegante pérgola junto a tu atalaya, que perdió de paso las cerámicas que la decoraban. La iglesia de Carmelitas, la Casa de las Tetas…

Ante la piqueta logroñesa han sucumbido cuarteles, frontones, casas de vecinos, comercios de toda la vida… Hemos derribado bellísimos rincones de la ciudad por culpa de un urbanismo feroz, permitido horrores como instalar un McDonalds en el corazón de la ciudad, aniquilado rotulaciones (ay, El Nuevo Mundo, qué vergüenza), arramblado con castizos bares y soportado desmanes en materia de señalización y mobiliario urbano que aún aterran. Nos hemos resignado a que el concejal de turno, aliado con el arquitecto de guardia, destrozara durante décadas la imagen que laboriosamente habían forjado de Logroño nuestros antepasados, legada para disfrute de sus nietos… que luego decidimos mirar para otro lado.

Pues bien. Pásmate. De repente se moviliza la ciudadanía para frenar la demolición de un túnel. Un túnel, sí. Un triste y sórdido túnel. Mira que simpatizo de modo natural con el ciudadano cuando se rebela, pero te confieso que paso a menudo por el mentado túnel y sigo sin verle el misterio, oculto para mí aunque evidente para otros ojos más sabios, que observan en sus feísimos muros un destello de luz que se me escapa y claman contra su desaparición. Tal vez sea eso: que mis paisanos detectan alguna extraña metáfora relativa a la crisis en esto de la luz y el túnel y que se resisten a decirle adiós. Más me intriga saber cómo justifican la oposición a su derribo quienes antes lo avalaron.

Porque no creo que sea una vulgar pirueta política.

No, no será por eso.