Oblongo prócer. Un callejón sin salida festoneado de chalés con un extraño navío-unifamiliar al fondo. El esqueleto mudo y perplejo de una vivienda en mitad de la nada, el eco fantasmal de una colonia de adosados ocupando el vacío, la huella de una urbanización que despojó de dignidad un breve bosquecillo sin que se contagiara de su gracia ni de su encanto. La casa que no será, la mansión que no cobijará a nadie, los pisos que jamás serán habitados, el horror de construcciones que sólo aspiran a afear un entorno bendecido por el elegante paso de los años, cuando una civilización entera obraba el milagro de embellecer sus pueblos y ciudades dejando simplemente que pasase el tiempo, que casi todo abrillantaba.
Todo esto y mucho más podrán ver tus asombrados ojos si los paseas por la cercana Casa de la Imagen que divisas desde tu minarete en la Glorieta, porque en las estancias cuyo piso decoró el suelo hidráulico de Orozco congrega Rocandio estos días las imágenes del horror contemporáneo: un completo catálogo de naturalezas muertas. Una sinfonía de aquellos espantos que sonaron en nuestros oídos y adoptaron la forma de titular: ‘En España se construyen tantos pisos como en Alemania y Francia juntas’. Una hipérbole que sonaba como el retablo de las maravillas, destinada en teoría a que saltaran las alarmas que sin embargo nosotros interiorizamos al revés, como la confirmación de que éramos los más listos de la clase. Y ya ves: aquellos fastos faraónicos, esas exageradas muestras de nuestra capacidad innata para pegarnos tiros en los pies, se convierten hoy en materia de estudio para la antropología.
Jorge Fernández, Juan Alfonso Garrido, Lorena Delgado, Ana Mayoral, Samuel Medrano, Eduardo Orodea, Samuel Pascual, Chemanu G. Ruiz-Clavijo y Vesna Terrero, alumnos del fotógrafo Rocandio, han hecho bueno hoy el mandato de los gacetilleros antiguos: ir y contarlo. Sus instantáneas ilustran el sueño convertido en pesadilla, cuando sectores anchísimos de la población fueron adiestrados en la convicción de que el bienestar era esto, la fantasía alimentada por prestigiosos sectores de la economía, desde el gremio de los bancos al de la construcción, pasando por el de los medios de comunicación, que alguna culpa tuvieron (tuvimos). El futuro estaba aquí, nos dijeron. Y cuando despertamos, lo que seguía ahí era un adosado. Un adosado convertido en una ruina. Pero nunca ruina ennoblecida.