No sé de qué va este Papa. Lo digo en serio: cada vez entiendo menos. Puede que sea culpa mía, la verdad, que cada día soy más tonto. Pero ando de perplejidad en perplejidad con la más santa, apostólica y romana de las instituciones.
    Como al hablar de ciertos temas conviene retratarse, primero me defino. No soy creyente, pero tengo grandes simpatías por la Iglesia y sus representantes. No me refiero sólo a los misioneros, ésos que aguantan marea y viven y mueren por su rebaño. Hablo también de otros: curas parroquiales que abrazan y entienden, obispos que son sólo el primero de los curas y como tal viven, gente de toda condición que se siente unida a algo que yo, viendo las cosas desde fuera, no puedo menos que envidiar.
    Y sin embargo, de vez en cuando no sé de qué va la Santa Madre. No entiendo, por ejemplo, lo de la «parroquia roja» de Madrid. Hasta ahora, y tras leer atentamente, colijo que su pecado es haber dado a comulgar con galletas y chuscos de pan. Lo cual, aparte de a la concesionaria de las obleas, no sé a quién daña. Si uno cree que lo que se da en misa es el Cuerpo de Cristo, ya me dirán cuánto importa si el pan es candeal o de centeno.
    No entiendo la perra que tienen con la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Lo siento, pero no comprendo que sea tan peligroso algo que, según he podido ver, va poco más allá que la antigua asignatura de Ética de mis tiempos.
    Y ayer, en fin, una guinda. La Iglesia pide a los cristianos que no financien a Amnistía Internacional porque, dentro de un ideario irreprochable de defensa de los derechos humanos a ultranza y sin componendas, habla también del aborto en casos muy extremos (como violaciones en masa).
    Ya me lo explicarán: mira que hay maldades y horrores en este mundo, y va el Vaticano y decide levantar la voz… contra AI. No lo entiendo: que alguien por favor me cuente de qué van.