La estulticia humana no tiene límite conocido. Del australopiteco a esta parte, la especie bípeda cuenta los milenios mientras intenta huir de su propia bobería. Pero ésta es más rápida, y le alcanza.
A veces hay quien hace esfuerzos enormes por negar la evolución del Homo. Una buena cura de humildad es asomarse, por ejemplo, a la web de los premios Darwin –www.darwinawards.com– , una de las catedrales del humor negro mundial, especialista (hay gente pa tó) en recopilar las más absurdas muertes verídicas que cada año se producen. Ahí van tres ejemplos.
3 de marzo de 2002, Sheffield (Inglaterra). Kim y Paul, dos adolescentes en celo, salen de una discoteca a altas horas. Buscando un lugar para enfriar sus ardores descubren que una farola de la calle está apagada, dejando una zona en conveniente oscuridad… aunque en mitad de la calzada. A pesar de las advertencias del conductor de un coche, del de un autobús y de un peatón, los amantes siguen tumbados sobre la línea blanca durante un rato largo hasta que un segundo autobús les interrumpe. Para siempre, por desgracia.
16 de marzo de 2003, Michigan (EEUU). David, un hombre de 43 años, decide darse un paseo por la superficie helada de la bahía Saginaw… con su camioneta. Un guardacostas le advierte, pero David lo ignora. El hielo se rompe, la camioneta se hunde, pero David consigue salir y llegar a la orilla. Lo peor llega la noche siguiente: increíblemente, el mismo David convence a un amigo para repetir el paseo, esta vez a bordo de un todoterreno, con las mismas consecuencias. El amigo sobrevive, pero David no: había agotado su suerte.
Noviembre de 1997, Pennsilvania. Wayne Roth, de 38 años, es mordido por la cobra que un amigo tiene como mascota. Pese a las advertencias del amigo, Wayne rechaza ir al hospital y decide irse a un bar, con un argumento incontestable: «Soy un hombre, puedo soportarlo», dice. Era mentira.