A tres días del 2008, cuando el año nuevo sólo existe en los calendarios, es un buen momento para pedir deseos. Y como soñar es gratis, ahí van unos cuantas peticiones al recién nacido. Deseos que caen en pleno Día de los Inocentes, pero todo lo serios de que uno es capaz. Así, yo deseo…
– Que los canallas se atraganten, los malvados resbalen y los tontos se trabuquen. Que la mala gente se haga pequeña, para que sólo se vea a la buena.
– Que los políticos tengan su pentecostés y dejen que una luz divina les ilumine. O, al menos, la farola de la esquina. Que entierren la guerra civil y la teoría de la conspiración, que se dejen de mandangas y zarandajas. Que piensen algo menos en sus culos y algo más en los nuestros.
– Que los que creen en un Dios reciban el milagro de creer algo más en la gente. Que ningún libro divino vuelva a ser excusa para joder al prójimo, que ninguna verdad revelada se imponga al pan nuestro de cada día.
– Que los catalanes se olviden de Cataluña, los españoles de España y los vascos de Euskal Herria (menos Fernando Llorente, euskaldún de toda la vida). Que alguien recuerde que no hay peor rebaño que el que corre tras un trapo de colores. Que los que matan por esos trapos se miren por fin al espejo y se mueran de la vergüenza.
– Que las elecciones de marzo las gane… Sarkozy. Que a falta de Hombres de Estado, La Moncloa sea bendecida con un campeón que lo mismo salva a unas azafatas que se liga a una supermodelo. Que yo, de mayor, sea como Supersarko.
– Que alguien cuide de la familia y los amigos. Que haya suerte, que la vida les sea (más) fácil.
– Y que mi niño nazca bien, en un mundo algo menos feo. Que su madre y yo sepamos qué hacer con él y que yo, por fin, deje de hablar de embarazos cada viernes. Y que usted lo vea. Feliz año.