Igual es que soy un hortera. A saber. Los que piden de una columna sesudas críticas a Zapatero o a Pedro Sanz, (según gustos) no saben de qué voy. Y a veces me lo dicen, sobre todo en días como ayer, patrón de los periodistas, y con dos vinos encima. Que soy un hortera. Pues igual.
Será porque suelo hablar del churumbel que crece en la tripa de mi señora, y suelo proclamar lo que me gustan uno y otra. Pero es que, qué quieren que les diga, no me dan los dedos para hablar de cosas que no me importan. Y a día de hoy Rajoy, Tomás Santos, Esperanza, Emilio del Río, De la Vega y la Reserva Federal me resbalan como una trucha untada de aceite.
Y sin embargo, sin que yo mismo me explique por qué, de repente hay cosas que me tocan. Mucho. La penúltima ha sido un asunto feo que seguramente habrán oído. Hace unos años, un chaval ecuatoriano se mató en Baños mientras pintaba la empresa del patrón. Era ilegal, y curraba sobre un montacargas sin medidas de seguridad: murió aplastado entre el aparato y el edificio. Y el patrón, cuando se encontró el muerto, le quitó las botas, le quitó el mono, escondió la mochila y le dijo a la Guardia Civil que a lo mejor el chaval había entrado a robar.
Y así son las cosas: la personeja miedica en que me he convertido se estremece al pensar que mi chico va a encontrarse con gente capaz de eso. Los patrones se van a librar de la cárcel, y es justo: el trullo en España es para rehabilitar, no para castigar, y es de esperar que ellos hayan aprendido.
Pero en una semana mi chaval pisará este suelo, y hay que ver en compañía de qué desalmados. Como el que, meses después de atropellar (sin culpa) a un joven ciclista que murió, les pide ahora a los padres que le arreglen el Audi. Tendrá derecho. Pero le falta corazón.
Quiero pensar, en fin, que toda esa mala gente en realidad no es tan canalla. Pero hasta esa idea da miedo: si la buena gente es capaz de ser así…