Ahora que ya han pasado (de largo) las elecciones y que, visto lo visto, todo sigue más o menos igual, me van a permitir lanzarles un par o tres (o cuatro) de dudas para las que, seguramente por culpa de mi falta de caletre, no tengo respuesta.
– 1.- Los currículos. Yo pensaba que ser diputado era algo serio, propio de gente importante. O sea, que para ser diputado, ANTES había que ser otra cosa. Sin embargo, las listas –y las riojanas también– se pueblan de candidatos que no han sido en su vida otra cosa que políticos. Que no han trabajado en otra cosa, que no saben ni qué es un sueldo que no sea del partido. ¿Cómo van a saber qué es mejor para la vida de los demás, si no han tenido un vida (real) propia?
– 2.- Los emigrantes. Si yo me voy a vivir a Soria, pongo por caso, no tengo derecho a elegir al alcalde de Logroño, a no ser que tenga el morro de no empadronarme. Pero si yo me voy a vivir a Argentina, por ejemplo, puedo votar en las elecciones al alcalde de Turruncún. Aunque no haya puesto el pie en La Rioja en 30 años y aunque al único político que conozca sea a ése tan majo que ha venido de visita a verme a La Pampa. ¿Por qué los emigrantes tienen ese derecho? ¿Por qué pueden decidir sobre lo que me afecta a mí, pero no a ellos?
– 3.- Los números. IU, con casi un millón de votos, tiene dos diputaditos y anda relamiéndose las heridas por su fracaso evidente; mientras tanto los isleños de Coalición Canaria, con ciento y pocos mil, tienen otros dos, y andan encantados de conocerse. ¿No es una injusticia evidente? Y si lo es, ¿por qué estoy tan seguro de que nada va a cambiar antes de que las ranas crien pelo?
-Y 4.- Los nombres. Han pasado dos semanas de nada de las elecciones. Probablemente usted habrá votado en la Rioja. Una pregunta, pues: ¿Puede usted nombrarme a los cuatro diputados que usted ha elegido? ¿Cuántos riojanos cree que podrían hacerlo? ¿No significará eso algo?