Hay que ver qué bien se nos dan las excusas. Cuando algo nos conviene, nos da dinerillo o simplemente se nos apetece, hay que ver qué pronto se nos olvidan los principios, las leyes y la buena voluntad.
Dentro de cinco meses, por ejemplo, el mundo entero estará de juerga en China. Con la presencia de todos los políticos habidos y por haber, las naciones se unirán para celebrar los Juegos Olímpicos. Y habrá discursos, ya saben: el espíritu olímpico, la unión de los pueblos. Y todas esas cosas tan chulas. Se beberá mucha Coca Cola, y unos cuantos sudarán mucho mientras miles de millones lo ven por la tele.
Pero todo eso, tan bonito y con tanta pintura dorada, se dará mientras a su alrededor vive y respira la mayor dictadura que existe en el mundo. Un caso curioso, el del China. Pese a que sus dirigentes hacen todo lo que pueden para bloquear cualquier información negativa, todo el mundo sabe lo que allí pasa. Y lo que se sabe no es precisamente agradable.
China es el país que más gente mata del mundo: oficialmente unos 1.000 al año, aunque hay quien dice que podrían ser hasta 8.000, porque las autoridades chinas son muy dadas a las mentirijillas. Y no se piensen que todos eran asesinos y terroristas: en China te pueden dar matarile por hasta 68 delitos, incluyendo el fraude fiscal.
China es un país que encarcela sin el menor disimulo a opositores y disidentes, a decenas de periodistas al año (no importa lo populares que sean) y a todo al que se le antoje al Partido. En China, un país que considera un criminal al Dalai Lama, no hay derecho a un internet libre, con la complicidad vergonzosa de los principales portales internacionales.
Dice el jefe del Comité Olímpico Español que los Juegos ayudarán a cambiar China. Pues nada, hombre: las siguientes en Bagdad. Y usted en primera fila.
O si no, seamos valientes. No vayamos a China.