Andan las gaviotas revueltas: ya no saben ni hacia dónde volar. Con la que está cayendo en el PP, hasta la mascota se diría que se descoloca. Porque ni en los mejores tiempos de los cainitas líos socialistas (guerristas y renovadores, ¿se acuerdan?) se había visto tanta leche suelta en las filas de un partido.
Debe ser que no nos tenían acostumbrados: el PP, que siempre había presumido de una imagen externa a prueba de bombas -todos a una y todos con el jefe- parece ahora un coro en el que cada uno tenga una partitura distinta ante los ojos. Y claro, suena raro.

A estas alturas, a uno no le queda demasiado claro el motivo de tanta leña, más allá del típico ‘quitate tú, que me ponga yo’ que sigue a las derrotas electorales. De hecho, las únicas coordenadas ideológicas que se asoman en el barullo se resumen en dos opciones: básicamente, seguir como hasta ahora o cambiar. Mantener el estilo de oposición de los último cuatro años, o efectuar un leve tirabuzón que le coloque en otra posición. Qué posición sea ésa, está por ver.
Y lo cierto es que, visto desde fuera, a uno no se le alcanzan las razones por las que alguien en el PP podría querer mantenerse como hasta el momento. La política de trazo grueso de los últimos cuatro años le ha llevado a sumar muchísimos millones de votos muy convencidos, sí, pero también a reunir en torno a sí el odio de todos aquellos que no les votan. Y en España se puede gobernar sin que te vote la mayoría, pero no se puede si esa mayoría está dispuesta a lo que sea para que tú no gobiernes. Hasta a votar al PSOE.
Los tiempos revueltos son para los buenos nadadores, o para los que toman la inteligente decisión de no tirarse a la piscina hasta el último minuto, como parece ser el caso del PP riojano. Y mientras tanto, ZP pasa los días más tranquilos desde que es presidente del Gobierno. «Qué buena vida», debe pensar. «Si no fuera por lo del Barça…»