No puedo en realidad defenderle a él; ni aunque fuera abogado. Pretendo defender su derecho, y eso tampoco es agradable; digamos que me resulta desagradablemente necesario.
No se me ocurre nadie vivo a quien esté más justificado odiar que a Iñaki De Juana Chaos. No sólo mató o ayudó a matar a 25 personas, con un ejercicio de crueldad tal que hasta las ratas de sus compañeros etarras le temían. Además, cuando por fin acabó en una celda, su maldad se aderezó con un repugnante histrionismo: aquellas escenitas de pedir champán tras un asesinato sólo buscaban las páginas de los periódicos. Páginas que, tristemente, también consiguió.
Ahora, 20 años después de que fuera condenado a 3.000 de cárcel, Iñaki De Juana va a salir a la calle. Tal día como mañana, según las previsiones. Y por muy doloroso que nos resulte a todos (no quiero ni imaginarme lo que debe resultarles a sus víctimas) la realidad es que debe ser así. Por el bien de todos.
Muchas son las voces estos días que piden una solución que mantenga a De Juana en la cárcel. Algo deben hacer los políticos, se oye, para que este asesino no pueda pisar las mismas calles que sus víctimas. Y aunque esas reacciones son comprensibles -unas más que otras- lo cierto es que están profundamente equivocadas.
De Juana fue juzgado de acuerdo con las leyes vigentes en aquel momento. Ahora, tras los cambios de los últimos años, las cosas serían distintas. Pero a día de hoy debemos cumplir la ley que le ampara, porque es la misma que nos ampara a nosotros.
Es, en realidad, la diferencia esencial entre nosotros y los etarras. Ellos se creen su propia ley, y sólo son su propia locura. Nosotros somos mejores. Odiamos: pero cumplimos la ley.