Estoy en crisis. Mucha crisis: estoy tan malamente que hasta doy pena. Sufro dislexia grave –tanto como para llamar ‘mami’ a mi señora y ‘cari’ a mi mamá– y me preocupa mi daltonismo. El otro día dije que el presi Sanz iba de azul pañuelero en el chupinazo, y no: mea culpa.
Pero eso no es todo; he recuperado en dos semanas toda la tripa que perdí en mi dura dieta de agosto. Y me duele el dedo gordo del pie. Del derecho. Y son las doce y no se me ocurre nada para esta columna.
Así que como estar tan malamente no puede ser bueno, creo que necesito una solución urgente. Quiero que me intervengan.
No sé por qué no, señores míos. Miren a los banqueros de Guol Estrit. Ellos también han pasado un mal día: se han fumigado los ahorros de unos cuantos millones de personas, han conseguido que mis acciones de BBVA (heredadas) valgan lo que el papel de fumar, y ya que estaban han dejado la economía mundial hecha unos zorros.

Y a ellos, a pesar de que los pobrecitos se van al paro con unas cuantas decenas de millones (de dólares) como indemnización, sí los han intervenido.
Lo cual, si se mira, tiene su gracia: la gente deja de poder pagar las hipotecas, así que los bancos los embargan. Luego los bancos quiebran, y la misma gente a la que embargaron (y todos los demás, vamos) terminan pagando por la supervivencia del banco. Eso debe ser lo que llaman redistribución de la riqueza.
En fin. Yo ya sé que no he quebrado la economía mundial, pero tampoco quiero 700.000 millones de dólares; con unos poquicos me conformo. Total, me voy a poner otra vez a dieta…