Siempre hay alguien que tiene la culpa. Da igual que sea catástrofe natural, accidente aéreo, despeñe bursátil o embarazo indeseado: el culpable siempre existe y –esto eso importante– siempre es otro. Mí no saber, buana: la culpa no ser mía.
El otro día vi, en un informativo televisivo, un bonito ejemplo. Como mandan los cánones, la reportera se había ido a buscar la cara de la noticia: en este caso, familias ahogadas por la pertinaz hipoteca. Dios nos libre, por cierto, de preguntar a expertos que sepan del tema. Para qué, si se puede sacar a una vecina de Moratalaz, que queda como más divertido.
El caso es que la mujer contaba su caso. Hace un par de años se había metido en un pisito con su marido, contratando una hipoteca de 1.000 euracos. El caso es que ahora, por la subida de los tipos de interés, el crédito le había crecido: 1.700 euros pagan ahora. Y claro, con su sueldo (1.500 al mes entre los dos) no le llega. La vecina mostraba los recibos ante la cámara, con un cabreo monumental. Como buscando un culpable.
El problema es que la cuestión tiene un veredicto duro: la culpa es suya, señora. Porque, sí, se puede acusar al empleado del banco y a sus jefes, por apretar y no avisar; a las autoridades monetarias y a las municipales, por liberar y forrarse; e incluso a los banqueros de Wall Street, por chulos. Pero al final, ninguno de ellos se ató a una hipoteca que suponía dos tercios de su sueldo en un momento de tipos históricamente bajos y que sólo podían subir. Todos somos mayorcitos, y tomamos decisiones, estando Más o menos informados. Es nuestra responsabilidad, señores. Nadie dijo que fuera fácil.