Lo que nos pasa es que nos va la caña. En este pueblo de Dios (España, digo), somos capaces de casi todo por montar una bronca en condiciones. Y como resulta que esas broncas (las fetén) sólo salen si el asunto en cuestión es tirando a insustancial -lo serio tiene tantos matices que las bronca se acaba diluyendo- pues andamos siempre buscando la espuma de las cosas, en lugar de meternos con las cosas mismas.
Fíjome estos días en el asunto de los crucifijos del colegio de Valladolid. A uno, marista orgulloso y pamplonica universitario, no se le alcanza por qué puede molestar a alguien el tener ese símbolo en una clase. Primero, porque es complicado sacarle algún signifi
cado maligno: lo que dijo aquel judío barbudo que aparece remachado en el crucifijo es irreprochable ya sea uno hindú, mahometano o adorador de serpientes. Y segundo: tras toda una vida lectiva con la cruz delante, puedo afirmar con conocimiento de causa que los chavales no acaban perniciosamente abducidos por semejante influencia. Como que pasan.
Sería mejor, evidentemente, que los debates sobre Educación tuvieran algo que ver con la Educación. O sea, ya basta de tontadas sobre la Educación para la Ciudadanía (los súper tacañones andan revolucionados, sin que nadie se explique muy bien por qué) o sobre la asignatura de Religión, o sobre si el idioma lectivo ha de ser catalán o copto. Porque mientras andamos cabalgando la ola de la polémica facilona, la educación se nos va por los subterráneos llevándose con ella a una generación de analfaburros.
Será nuestra cruz, Jesús. Pero no estaría mal que, de una vez, empezáramos a ser un país más serio.