“Edad: Mental, 3; Si tuvieras poderes: Me compraría un amigo, pero mi madre me dice que eso es imposible; ¿Qué cambiarías de ti?: Todo; no eres capaz de…: Tener un amigo“. Publica hoy mi periódico el último caso conocido de ciber-acoso. En colegio de pago, uno de ellos el mío de toda la vida. No es nada nuevo, ni nada que no conociéramos todos cuando éramos chavales y la crueldad nos parecía algo más tolerable.

La novedad es, evidentemente, el uso de internet. En algunos casos, como éste, internet sólo es un medio más. Probablemente las víctimas de estos jamelgos oían lo mismo en cada recreo. En otros, sin embargo, internet se convierte en el medio perfecto: anónimo, silencioso, casi (aunque no del todo, ojo) garante de la impunidad. El medio perfecto para los tontos y los cobardes.

Esos cobardes tienen muchas caras. Algunos son directamente aspirantes a psicópatas, como el que ataca a ésta chica de La Moraleja que también hoy sale en la prensa. Otros son simplemente los matones de siempre que usan cualquier red social como una extensión más del patio del colegio. Eso que llaman ‘Ciberbulliyng‘.

Quienes nos dedicamos a esto de escribir conocemos perfectamente a otra especie de cobardes: ésos que se dedican al insulto fácil, a la burrada rastrera. Anónimos, siempre. Van y vienen, aparecen y desaparecen. En noticias (como escribía hace poco mi compañero Martín Schmitt ) y también en blogs.

Internet es el medio de comunicación perfecto. Para un periodista, internet puede ser el paraíso, porque hace posible que la comunicación tenga dos sentidos, y eso siempre hace que tu trabajo sea mejor. Te da la seguridad de que al otro lado hay alguien; alguien que te critica o te da la razón, pero que atiende a lo que dices y entiende tus propósitos, aunque no los comparta.

¿Aguantar ratas y cobardes es el precio que hay que pagar por eso? Sea.