Estimado señor objetor: Vaya por delante que no tengo nada contra usted; ni contra la objeción, que para eso yo también fui en su tiempo de los de conciencia. Y acabé en la cárcel.
El caso es, señor objetor, que quería solidarizarme con usted. Sé que no anda ahora mismo muy contento. Después de la cantidad de esfuerzos, movilizaciones y mala leche que pusieron usted y sus compañeros encima de la mesa, va el Supremo (órgano rojo donde los haya) y dice que nanay. Que los niños a clase, que la Educación para la Ciudadanía no es tan mala, y que ya vale de tontainadas. (Vale, no ha dicho eso, pero por entendernos).
He de decirle, señor objetor, que me alegro. Nunca he entendido qué de tan malo le veían ustedes y los roucos a la EpC. De lo que les oía decir sólo sacaba algo en claro: que no les gustaba a) porque la había hecho ZP y b) porque hablaba de los gays.
Porque, la verdad, el rollo ese de«nadie tiene derecho a adoctrinar a mis hijos» nunca me lo he tragado. Sobre todo porque usted, señor objetor, pedía hace tres días que la Religión (apostólica y romana) fuera obligatoria y evaluable. Y eso no era, por lo visto, adoctrinamiento.
Yo, señor O., le propongo que deje de tomarse las cosas por el lado guerrillero. Deje a su hijo estudiar EpC. Lea sus libros de texto, hable con él. Y cuando lleguen a los temas que le piquen, dígale al nene: «Mira, Pelayito, esto que te han contado es una manera de ver la vida. Yo tengo otra, y es ésta. Puedo estar equivocado, pero creo que quienes lo están son ellos».
Y quién sabe; quizá el nene le escuche. O no. Pero seguro que él aprende algo; y puede que usted también.