Hay en esta tierra una curiosa manía con los acentos. Como si se pensara que cuanto más esdrújula sea una palabra más culta ha de sonar, hay quien esdrujulea lo que no debe. Cuanto más burrobestia es uno, más se le oye «pántano», pongamos por caso. O «périto», pongamos por otro: que debe ser un perito, pero en más importante.
Supongo sin conocerla que la escuela de Peritos (o facultad, o lo que sea) de esta nuestra comunidad será una santa institución, llena de profesores dedicados y alumnos repletos de virtudes. Pero nada de eso está en su fama: aquí, los peritos son peritos porque hacen la fiesta de Peritos.

Para quien no la conozca, una fiesta de Peritos viene a ser un botellón algo más planificado y con batallón de limpieza a cargo de la organización. Se hace en un parking de la Uni -gran imagen para la institución- y luego los chavalotes se van pal Casco, dejando algunos desperfectos por el camino para, finalmente, culminar en botellón bajo mi casa.
Este año, a los peritos no les dieron permiso para hacer la fiesta de Peritos. Pero, demostrando la mejor cualidad que se le supone a un perito -hacer lo que se le pasa por el forro- hicieron su jarana, esta vez sin control ni batallón, y luego se fueron pal Casco, dejando algunos desperfectos (además de una tonelada de mierda) para, finalmente, culminar en botellón bajo mi casa.
Reconforta ver que la juventud sigue siendo rebelde cuando tiene una buena causa: el calimocho, por ejemplo. Si éstos son los ilustrados peritos universitarios, mejor será no ilustrarse.
O igual es que eran péritos.