Señor concejal. Dos puntos. No tengo el gusto de conocerle. De hecho, hasta ayer mismo ni siquiera sabía de su existencia. Lo cual es culpa mía, claro: a lo justo me llega pa saber que el alcalde de mi pueblo ya no se llama Julio ni tiene barba.
Pero ahora ya sé más cosas de usted. Por ejemplo, que se llama José, se apellida Ibáñez y se ocupa de la limpieza de la milenaria ciudad de Calahorra.
El caso es que, señor concejal, ha hecho usted algo muy feo. Legal, claro. Honesto. Pero muy feo: le ha puesto una multa de 90 euros a un inmigrante por colgar carteles por la ciudad. Carteles ofensivos, supongo: buscaba trabajo «en limpieza, construcción o en el campo», con la criminal intención de alimentar a sus tres hijos.

Estoy seguro, señor munícipe, de que nadie jamás ha visto en Calahorra un mal cartel colgado de farola, pared o arbolito. Seguro que el Ayuntamiento de la milenaria no ha colocado jamás un póster por esas calles tan impolutas; me apostaría un mes de pañales de mi hijo a que cumple usted su labor con tanto celo que hasta un huevo frito se podría comer en los bancos de El Mercadal.
Pero óigame, señor edil. No sé si la idea de la multa fue suya o de algún policía local con más celo que corazón. Pero, sinceramente, ¿de verdad no tienen nada mejor que hacer, usted o ese policía? Tal y como andan las cosas, ¿hacía falta ser tan pejiguero? Y puestos a explicarlo, ¿no se le ocurría una frase menos redicha que decir que «no se puede aplicar la casuística»?
A lo hecho pecho, don José. Pero por favor, aprenda para otra vez: hasta las ordenanzas tienen (han de tener) alma. Y los concejales también.