De aquí a poco nos llamarán otra vez a las urnas. La mayoría oirá la llamada como quien oye llover; dicen las encuestas que apenas un 30% de los españoles tienen previsto ir a votar en las elecciones al Parlamento Europeo.
¿Piensa usted ir? Yo, la verdad, me lo estoy pensando. Sería para mí romper una bonita tradición; desde que cumplí 18 mayos no he faltado a elección alguna, que recuerde. Soy un ciudadano modelo: lástima que con la participación no den cupones. A estas alturas ya tendría una cafetera, o algo.
Pero lo dicho, me lo estoy pensando. Uno tiene la costumbre de mirar los nombres que salen en las papeletas, ésos que vienen un poquico más abajo de las siglas de los partidos. Y es una costumbre desagradable: mejor sería votar sin más, pensar en ZP o en Mariano (lo que a uno le ponga, vamos) y olvidarse de Pepito Pérez y Pepita Suárez. Porque resulta que Pepito y Pepita son intercambiables, anónimos y casi irrelevantes.

Eso, en Madrid. Pero es que en Europa la cosa se me antoja peor. Miro las listas que se van publicando y me asalta la duda. ¿Habrá cementerio suficiente para tanto elefante?
Uno ve políticos a los que se les va pasando el arroz, aunque ellos no lo sepan; gente incómoda por una u otra razón para Génova o Ferraz, enviados a Bruselas (que está muy lejos); políticos de cuota regional, sexual o familiar.
Eso es lo que mandamos a Europa, a cobrar no poco. Así que me lo estoy pensando: más parecería que, en lugar de meter una papeleta en una urna, uno saca el ticket de un gran parking político.
Igual después de todo sí voy, en fin. Por si cae la cafetera.