En Benidorm acaba de caer el Ayuntamiento por culpa de un tránsfuga. No es el primer sitio donde ocurre, y muy probablemente no será el último. Y no hay que irse muy lejos. En Haro, por ejemplo, ocurrió lo mismo con un tránsfuga del PR. Y todos tan contentos: luego el pueblo apoyó al alcalde pro-transfuguismo, y se acabó.
¿Por qué hay tantos tránsfugas? En realidad, es una pura cuestión de cobardía, creo yo. No de los propios tránsfugas, sino de los partidos. Y es que los grandes partidos españoles no acaban de atreverse a dar el paso lógico; no acaban de hacer lo que les pide el cuerpo.
Dicho en breve: para un partido sus concejales, igual que sus parlamentarios, importan tirando a poco. Son números. Las listas electorales se elaboran por un proceso que tiene muy poco que ver con el meritoriaje, y mucho con la satisfacción de familias políticas, cuotas o promesas.
Seamos sinceros; a los partidos les gustaría que concejales y parlamentarios desaparecieran. Que, llegados a las votaciones, se reunieran los jefes y dijeran «yo tengo cinco votos, tú seis, así que tú ganas». Y punto. ¿Que hace falta gente para trabajar? Pues se contratan (más) asesores, que salen más caros pero que pueden ser despedidos si se ponen tontos.
No sé si sería más barato, pero sí más higiénico, aunque también más aburrido. Porque es encantador oír las razones de los tránsfugas -o de los transfugadores- para intentar justificar lo suyo. Porque, claro, no pueden decir la verdad: la penúltima tránsfuga se ha tirado 15 años de asesora municipal. Y el último ya es primer teniente de alcalde. Y con la crisis que hay…