Arnedo es, desde el lunes, más feo. No creo que la ciudad sea mejor ni peor que la mayoría en La Rioja, capital incluida. Tiene sus cosas, como todas. Y como todas (capital incluida, sí) ha demostrado un desprecio por su pasado reciente que no deja de resultarme penoso.
El lunes una pala excavadora comenzó a cargarse el chalé de los Sevillas de Arnedo. La ciudad de Arnedo casi en pleno, con su Ayuntamiento a la cabeza, lleva años queriendo cargarse el pequeño edificio, y al final lo ha conseguido. En su lugar tendrá lo que quería: una rotonda. Un buen lugar para poner a)un olivo o b)un monumento . Y para que los coches pasen bien tranquilos.
Los coches no tienen memoria, ni tienen por qué. A ellos no les importa conservar su historia, ni les importa el valor histórico o artístico de lo que dejan atrás. A ellos les basta con calles anchas, bien de parkings y gasolineras a tutiplén. Y en este pueblo (La Rioja, digo), quienes mandan son los coches.

No hay monumento en esta tierra que resista el empuje de las rotondas. Y más si se trata de arte o arquitectura de este siglo. Aquí, todo lo que no tenga balaustradas y verjas nos parece una mierda: las paredes lisas, la contención de medios del racionalismo nos parece pobreza; cosas que les gustan a los arquitectos y a cuatro raros.
Así que Arnedo tendrá una bonita rotonda que ahorrará un minuto a los arnedanos en un cruce. Y nadie se acordará, en unos meses, del chalecito de los Sevillas. Pero queda la tristeza: la ciudad podía haber sido más imaginativa, más generosa con su pequeña historia. Porque ninguna ciudad tiene un chalé de los Sevillas, y rotondas hay muchas. Aunque pocas tan tristes.