¿Qué les preocupa a los que mandan? Se me antoja que no es mala pregunta. Cada uno actúa por sus propias motivaciones, y esas motivaciones tienen grados. Así, en el mundo hay cosas que nos preocupan, otras que como mucho nos interesan y otras que están ahí, pero que son casi datos ajenos que revolotean alrededor.
Así pues, pregunto: ¿qué les preocupa a los que mandan? «La crisis», convendríamos todos. Pero no porque les afecte, al menos directamente: ningún político en ejercicio tiene nada que temer del mundanal ruido. Para eso ya se han tejido una red mullidita, en forma de pensiones, que les protegerá de cualquier caída.

No quiero decir que la crisis no les preocupe, no. Pero sí que les preocupa de manera distinta: les fastidia, porque por culpa de esa crisis hay más posibilidades de que en unos pocos años se tengan que caer del asiento que ocupan, o porque gracias a esa crisis quizá en unos años sus tarjetas de visita luzcan más que las de ahora.
Y miren: no es lo mismo que a uno le preocupe la crisis por uno u otro motivo. Una preocupación legítima haría que los gobernantes tomaran medidas de ésas que se consideran duras. De las que cuestan votos, ya saben: recortes, ahorros, reformas. Pero una preocupación de las otras –ilegítima, en un buen gobernante– hace lo que hace: que todo se disuelva en melifluas frases, en maquillajes, en esperar que todo quede y todo pase.
Un buen gobernante ante la crisis sería, muy probablemente, un gobernante que se sacrificara por el bien común, tomando decisiones que le podrían costar el cargo. Pero es complicado: eso sí que les preocuparía.