Supongo que en Madrid la cosa les parecerá como muy de pueblo. Un escándalo de corrupción relacionado con el ladrillo es normal: hasta el tertuliano estándar puede entenderlo. Pero claro, un susodicho escándalo que tiene que ver con un montón de uva… pues debe sonarles a una cosa rural, de ésas que sólo pasan en provincias.
Pero resulta que para La Rioja, para el Rioja y para los riojanos, el asunto no es ninguna tontería. Y no debería quedar así. El sistema de las Denominaciones de Origen depende casi exclusivamente de algo terriblemente volátil: el nombre. La fama es caprichosa, y bastan pocos empujones para que se vaya con su maleta a otra parte. Y que el Rioja sea el Rioja depende de que la gente se siga creyendo que éste es un sistema controlado, que no se admiten pirateos ni uvas murcianas, que todo es como en las películas.

Que se lo crean, digo, aunque el control nunca pueda ser total. Trapicheos de papel vendido y uvas sin padre va a haber siempre, o al menos el intento. Pero cuando alguien puede pensar que es posible hacer lo mismo con medio millón de kilos de uva es como para preocuparse.
Porque medio millón de kilos son muchos: una barbaridad. Hace falta mucha jeta, muy poco escrúpulo y una rara seguridad en que a uno no le van a pillar. Espero sinceramente que esa seguridad no tenga nada que ver con la vicepresidenta del Gobierno de La Rioja. Que se confirmara la vinculación entre Aránzazu Vallejo y esta trama sería una noticia pésima para todos, y no sólo, como alguno podría pensar, para el PP.
Es medio millón de razones para preocuparse: que se haga la luz. Por favor.