En España debemos tener un problema con las mujeres musulmanas. Es un problema grave: las calles llenas de mujeres con burka, tapadas hasta los ojos, que se niegan a identificarse ni para sacarse el DNI. Mujeres subversivas, parece, que ponen en riesgo la buena convivencia de esta sociedad tan hospitalaria.
Así parece ser, al menos, por la preocupación que nuestros políticos tienen por el tema. El hecho de que, en realidad, la presencia de mujeres con burka en España sea irrelevante de tan minoritaria, sin que hasta la fecha se haya registrado problema alguno de convivencia o de cualquier otro tipo, no ha sido obstáculo. Allá va otra de esas polémicas que tanto gustan en este pueblo que es España: griterío, alerta pública, humo… y luego, al cabo de unas semanas, silencio y olvido. Porque lo que no se sustenta en la realidad no tiene recorrido político.

Así suele ser en este tipo de temas, pero este asunto es ligeramente distinto. Peligrosamente distinto. Los partidos políticos «serios» tienden a utilizar estos asuntos para agitar calculadamente el pequeño bicho racista que muchos llevan dentro. Se acercan elecciones y ese bicho, se supone, da votos.
Pero hay que tener mucho cuidado con el animalejo. Porque una vez que se le da de comer, tiende a crecer. CiU y PP andan echándole miguitas, porque no pueden ir mucho más allá. Pero ojito con el bicho: toda Europa está llena de partidos racistas que se ganan la vida echándole bistecs, ensuciando la vida pública con esas proclamas racistas que tanta gente, tristemente, compra.
Y entonces sí tendremos un problema: y será serio, y será de verdad. No como éste.