Vamos con lo obvio primero. Trabajo en un periódico, por lo que mi opinión sobre este asunto no es inocente. Asumo esa sospecha de parcialidad, pues, antes de meterme en harina.
Tras día y medio de debate vacío sobre el Estado de la Nación el presidente del Gobierno encontró ayer por fin el gran titular con el que llenar medios y tertulias: quiere eliminar los anuncios de contactos en los periódicos. Por la vía de la autorregulación, dice. Pero detrás, se supone, vendrá la obligación.
No es precisamente una medida oportuna en un momento de tanta estrechez económica para los periódicos; pero eso, convengamos, no es un argumento: si borrar los anuncios acabara con la realidad que hay debajo, bienvenido sería.

Pero el caso es que no será así. Es de administraciones más dadas a la palabra que al hecho el pensar que los problemas desaparecen con apartarlos de la vista. Pero es que eso no funciona, ni lo va a hacer nunca.
Hay mucho que hacer para acabar con la explotación que hay detrás de la prostitución, y el angelismo no es un buen consejero. La prostitución va a seguir existiendo por los siglos de los siglos, como lo ha hecho siempre. Si uno quiere de verdad entrar a fondo en acabar con las mafias, con la degradación de mujeres y con la trata de blancas los caminos son otros. Por ejemplo, regular el sector; por ejemplo, entrar con luz y licencias en un asunto en el que la oscuridad favorece la mugre.
Pero no: se prohibirán los anuncios. Y las putas serán un poco más clandestinas, y su situación no mejorará ni un poquito. Pero ya se sabe: lo escondido duele menos.