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Cautivo y desarmado

Con él en brazos

Con un recién nacido en brazos todo es muy sencillo. El mundo de pronto se parece a un juego de balón quemado: a este lado están los míos, fuera el resto. Y detrás de esta raya estamos cuatro.

Pero con un recién nacido en la mano las cosas son también terriblemente confusas. Me cuesta imaginar qué hay al otro lado de esos ojos velados y asombrados que apenas se abren. Y salgo a la calle, y veo gente con barriga, o patillas, o minifalda, y espero que alguien me explique las cosas. Cómo es que mi recién nacido, tan especial lo mire por donde lo mire, va a acabar entre éstos, que son todos tan normales. O peor aún: cómo es que todos éstos, tan como cualquiera, tan como yo, fueron en su día esa mezcla de milagro y futuro perfecto que es un bebé.

Más aún. Uno lee un periódico en una habitación de maternidad y le dan ganas de gritar: qué hacéis. Tontos del culo. Qué hacéis poniendo bombas, qué hacéis matando guardias civiles. Qué hacéis, por qué ocupáis vuestro tiempo en hacer del mundo un lugar tan feo. Qué más da eso que os preocupa tanto. ¿Nadie os ha puesto a vuestro hijo recién nacido en brazos? ¿Es que no sabéis lo frágil que es este prodigio?

Mi hijo ha nacido, en fin, rodeado de gente encantada de conocerle, pero provocándome a partes iguales certezas y miedos. Y deseos, también. Deseo que algún día encuentre a una compañera como la que yo hallé, y que por la vida se tope –para caer, para levantarse o para ambas cosas– con amigos como los que yo he ido encontrando.

Y deseo que alguien (divino o humano) me ilumine para hacer por él lo que otros hicieron por mí. Nada menos.

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Cada viernes, en Diario LA RIOJA

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Cautivo y Desarmado: cada viernes, en Diario LA RIOJA. Lo escribe Pablo Álvarez, jefe de información de la web de Diario La RIOJA


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