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Cautivo y desarmado

El orgullo del García

Los nombres son una lotería. Igual que la familia, en realidad, y muy relacionados con ella. Uno no elige: le toca lo que le toca. Si uno tiene mala suerte y le caen unos padres desaprensivos, puede acabar con un santo que más bien sea un baldón, uno de ésos que dan ganas de esconder el DNI como si fuera un secreto de estado.

Peor aún: el nombre de pila aún depende de la voluntad, pero los apellidos los decide, podría decirse, el amor. Que es ciego. Un día la señora Dolores Fuertes decidió casarse para convertirse en la señora de Barriga, y formar así la leyenda urbana más repetida en nuestra patria. Tan buena que merecería ser verdad.

Pero el caso es que, sea uno afortunado o no, el de los apellidos no es uno de esos temas en los que se piensa. O al menos, no hasta que tiene que explicarle a un niño de dos años por qué él lleva unos apellidos y sus papás se llaman distinto. Que no es fácil. Pero ahora nos estamos poniendo a pensar en apellidos, por una de esas propuestas legislativas sin más chicha que el humo, ésas que tanto nos gusta debatir en este país.

La costumbre hispana siempre ha sido poner delante el apellido del papá. ¿Es discriminatorio? Pues seguramente. Pero también lo es dar preferencia a Álvarez contra Ramírez, por una cuestión alfabética. También podríamos sortearlo: ya que estamos, una lotería del apellido, con los abuelos presentes, sería pa verla.

Aunque quién sabe. Mi mamá (hermana de tres hermanas y de un hermano soltero) andaba preocupada porque se perdiera su apellido. Y que ese apellido sea García no quita nada: cada uno está orgulloso de lo que le da la gana.

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Cautivo y Desarmado: cada viernes, en Diario LA RIOJA. Lo escribe Pablo Álvarez, jefe de información de la web de Diario La RIOJA


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