Mañana se celebra el Día de la Prensa Digital. En España, al menos: si existiera una tal fecha, qué mejor día que éste. Un día sin periódicos. Es decir, sin periódicos de papel, en el que los únicos que siguen vivos son, en fin, los pobres del punto com.
Si ese tal día existiera, la verdad es que llegaríamos en buen momento: todo el interné se regocija por el fracaso de la Ley Sinde, celebrando una victoria que parece, por lo que se escucha, la de los gabachos ante La Bastilla. Aunque no estoy yo muy seguro de que haya tantos motivos para regocijarse.
No creo que la regulación específica que recogía la ley ahora derruida fuera la adecuada. Demasiado raro, demasiada comisión, demasiado ruido. Pero parece evidente que algo habrá que hacer para defender la propiedad intelectual, que es tan propiedad como cualquier otra. El hecho de que la red nos permita saltárnosla tan fácilmente no la invalida. Solo obliga a tratarla de otra manera.

Descubrir cuál puede ser esa otra manera no es nada fácil. De hecho, las industrias españolas van fracasando una tras otra en adaptarse a la nueva realidad. No fueron las discográficas quienes descubrieron cómo seguir vendiendo música. Fue Apple. Y mientras, la industria seguía persiguiendo negritos con manta, como si ése fuera el problema.
Ahora pasa algo similar con los libros: es más que complicado comprar un libro español en versión digital; y es carísimo.
La propiedad intelectual existe, sí. Y debe ser protegida. Pero intentar hacerlo poniendo difícil que tus clientes compren tu producto no es normal. Es, más bien, del género tonto.