Una palabrita para los fumadores. Una frasecita más bien: señores, no se acaba el mundo. Puede que os lo parezca, excompañeros. Porque las adicciones son malas, y ésta de la nicotina es muy cabrona.
La nicotina es un producto genial. Para los que ganan dinero con ella, se entiende. Para los demás, es una putada: no sirve para nada más que para tapar el agujero que ella misma provoca. Cuando uno fuma, se hace la ilusión de que el cigarro le relaja, o le concentra, o le despierta, o le duerme. Lo que toque, aunque sean cosas contradictorias, porque en realidad siempre se trata de la misma cosa: uno es un adicto, y el cerebro le pide nicotina. Después se busca una justificación. Y eso: pues que relaja, o concentra, o despierta, o duerme. O lo que toque.

Algo de eso ocurre estos días, pero a escala nacional. Una parte del país, adicta, pone excusas peregrinas de todo tipo para objetar a un hecho que debería ser evidente para todos. O sea, que en un espacio público debe estar prohibido ejercer una actividad que perjudica al que tienes al lado.
A estas alturas ya nos parece a todos cosa de otro mundo que se pudiera fumar en el curro. Y no hace tanto que se prohibió, también entonces con cantos de sirena y argumentos chorralaires sobre los perjuicios económicos y los problemas que iba a causar. Pero ná de ná: ahora la gente sale a la calle a fumarse un cigarrito de vez en cuando, y nadie se ha arruinado.
Dentro de unos años lo de fumar en un bar nos parecerá marciano. Nadie se habrá muerto y, con un poco de suerte, más gente dejará de fumar. Por una razón que, de tan sencilla, se nos olvida: que es malo. Coñe.