Con el paso de los años, uno se olvida de los Reyes Magos. Al mismo ritmo que ellos se olvidan de uno, en realidad: qué es eso de regalar colonia, vosotros que me trajisteis el Scalextric.
Pero de repente, con el paso de los hijos, el 5 de enero vuelve a tener su cosa. Así, uno regresa a Las Gaunas, deja otra vez galletas en el balcón. Y vuelve a ir a la cabalgata.
A la cabalgata de Logroño, pa ser exactos. Y eso es duro: uno ve el desfile de Reyes de la capital riojana y le dan ganas de hacerse republicano. O sea, de Papá Noel.
Como esta columna se publica pasado el Día de Reyes, y por tanto las fiestas de navidad, podemos olvidar los buenos sentimientos obligatorios en estas fechas. Enfrentémonos a los hechos: la cabalgata de Logroño es cutre.

Pero que muy cutre. Lo del miércoles se resume en: unos tipos bailando bailes nacionales muy fuera de contexto, un buen montón de niños disfrazados con más o menos gracia (más bien menos) y un desfile de furgonetas cuyo único propósito parecía ser que todos viéramos su marca. Y el cortejo de los Reyes, que vale.
No ignoro que la organización de Radio Rioja trabaja con voluntarismo y los medios justos, pero algo hay que hacer. Porque el desembarco en Las Gaunas fue pobre, el festival de la tarde (me cuentan) tampoco fue la bomba y la cabalgata… pues eso, cutre.
Pero es que decenas de miles de personas ven esa cabalgata con religiosa admiración. Y esas decenas de miles de personas se merecen algo mejor. Aunque a los niños les de igual: felices ellos.