Sería divertido si no fuera grotesco; sería curioso si no fuera una vergüenza. Y si los tiempos fueran otros, podríamos hasta tomárnoslo con distancia y un poco de regodeo. Estos políticos, ya se sabe.
Pero es que los tiempos son los que son, y el dinero que desde esta semana el Senado va a tirar a la basura es nuestro. Y no me hace gracia: es lamentable.
Y es que el Senado de todos los españoles va a estrenar ya con todas las de la ley su servcio de traducción. Un senador de la Entesa hablará en catalán, y siete señores bien aislados en sus cabinas le traducirán al euskera, valenciano, gallego y castellano.
La escena –tropecientos senadores con sus cascos, como si estuvieran en la ONU– no tiene en realidad ni punto de gracia. Esos tropecientos señores saben hablar el mismo idioma. No como quien ha aprendido una lengua extranjera, no: esos señores son nativos en un mismo idioma. Todos podrían entenderse en ese idioma, que es oficial en todas sus comunidades, si les diera la gana. Pero no: por llevar su estulticia a grado sumo, esos señores han impuesto (o aprobado) el uso de las lenguas que sólo entienden en sus pueblos, en detrimento de la que saben hablar todos.
No hay nada simbólico en eso. El catalán no va a ser más lengua ni más respetable por hablarse en el Senado. Es una pura cuestión de olvidar lo que realmente importa a sus representados y quedarse con la pijada y el detalle.
Son, en estos tiempos que corren, 12.000 euros por sesión tirados a la basura más absoluta. no me puedo creer que esto vaya a ocurrir sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza. Y no: no tiene gracia.