Que me perdonen mis amigos bancarios, pero las cosas son como son: por definición, una hipoteca es un atraco a mano armada. Uno paga lo que vale su piso y otro tanto, envuelto en una bonita fórmula llamada TAE que consigue la cuadratura del círculo: que los intereses de mi recibo sean mayores que el capital que amortizo. Ole.
No digo yo que las hipotecas no sean necesarias. Lo son. Y legales, claro. Pero en este sistema nuestro hay algo que no funciona. O sea: es normal que un banco se lleve lo suyo y lo de los demás en forma de beneficio. Pa eso están, y ellos tienen el dinero que nosotros necesitamos. Pero cuando las cosas vienen mal dadas, vienen para todos.

A lo que voy. En estos tiempos que corren hay mucha gente que deja de poder pagar su hipoteca. El banco, entonces, se queda con su piso. Pero ahora pasa que eso no es bastante: el dineral por el que antes los bancos tasaban las viviendas ya no es real, y ahora ese piso no vale ni una cuarta. Pero al banco le da igual: el hipotecado debe seguir pagando con sus bienes por un piso que ya no es suyo.
Y algo habrá que hacer, porque eso es injustificable. Los bancos asumen unas ganancias con los créditos hipotecarios que rondan lo que en la Edad Media les hubiera llevado a la hoguera por usura. Y estará bien, supongo. Pero esos beneficios (que siguen teniendo aun en esta época, al menos en España) deberían incluir el riesgo. Usted me hipoteca el piso, pero si la cosa hace puf, usted se queda con ese piso. No con mi vida.
Porque ésa es la cosa: mi deuda no puede ser mayor que lo que me he comprado con ella. Y si lo es, y es legal… pues mire usted. Algo habrá que hacer.