Va a ser mejor que mandemos las tropas a Libia. Por si se monta, digo. No vaya a ser que, después de tanto rifi-rafe y de tanto antidisturbio versión McDonell-Douglas la cosa se quede en nada y el Gadafi siga de manguimás. Porque lo mismo va y gana, el pirao. Y siendo malo lo malo (o sea, para su pobre pueblo sojuzgado) peor sería lo peor: el ridículo en que nos haría quedar a todos.
O sea. Hace no demasiado, recuerdo, el gran Muamar estuvo de gira por Europa. Entonces ya se sabía quién era, oiga. No es que la diplomacia europea en pleno se haya caído del guindo de golpe.
Entonces, cuando el amigo plantó su haima en medio occidente, todo el mundo sabía que este buen señor era un tirano de los grandes. Todo el mundo sabe que este buen señor ordenó que sus chicos hicieran explotar un avión de pasajeros sobre Inglaterra. Todo el mundo recuerda que no hace tanto (bueno, sí, hace mucho) los EEUU bombardeaban Trípoli porque… no me acuerdo porqué.

Y sí, ese mismo gachó era el que tan sorprendentemente se había rehabilitado a nuestros ojos hasta hace cuatro días.
Así que mejor mandamos las tropas. Ya que nuestra vergüenza es grande, no vaya a ser que se haga aún mayor. No vaya a ser que Gadafi y los suyos acaben ganando en la guerra contra su propio pueblo (cosas peores se han visto) y que dentro de unos años, olvidando bombardeos como antes olvidamos bombazos, tengamos que volver a recibir al coronel pirado en los jardines de El Pardo.
Seguro que entonces encontramos motivos para el olvido: ya saben, el islamismo. Que es una buena excusa pa tó.