Estimados amigos. Dos puntos. No me fastidiéis. Punto. Y no fastidies a mis niños, que es peor. Que como salga la mamá leona que llevo dentro, sus vais a acordar.
Me reconozco indignado, sí. Leo con sorpresa que la compañía Ryanair va a declarar algunos de sus vuelos “libres de niños”. Porque ya se sabe: los niños molestan. Es indignante, sin duda. Esas criaturas de Satanás que no son capaces, a sus tres añitos, de aguantar callados y sentados durante dos horas. Dónde iremos a parar.
La culpa es de los padres, que los malcrían, los consienten y ni les ponen bozal ni nada. Que vuelen aparte. O que vayan en coche. O mejor: que se queden en casa.

Aunque ya puestos, por qué pararnos ahí. Lo mismo de intolerable es un niño en un avión que en cualquier otra parte. En los restaurantes, claro. En los bares, por supuesto. En las aceras, que a veces hay tantos carritos que ni circular se puede. Y por qué hay que aguantar sus ruidos en los parques, que no podemos ni escuchar a los pajaritos. Hombre ya.
Así están las cosas en el mundo. Cada vez somos más y estamos más arrejuntos, pero cada vez soportamos menos. Si el vecino tiene perro, nos molestan sus pisadas en el piso de arriba. Si el de al lado es un dentista, huele raro. Si el de delante tarda más de cero coma en arrancar en un semáforo, le pitamos. Y si coincidimos en un avión con un zagal, lo tiraríamos por la ventanilla.
Pues claro que un niño se impacienta y se mueve. Para eso es un niño. Pero más molesta la incomprensión; y más molesta la gente que tiene todo el rato ganas de estar molesta.