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Cautivo y desarmado

Estrés escolar

Mi hijo mayor ha cumplido este año los tres. Eso quiere decir que ha llegado el momento del puro terror. Un momento decisivo para el chaval, para sus hermanos y para su familia. El momento de conseguir un colegio.
Es, lo juro, un estrés. Primero es la cuestión de decidir. Éste o aquél. ¿Sus compañeros serán buena gente? ¿Sus profesores? ¿Público? ¿Concertado? Tan simple de decir, y tan difícil de asumir: una elección que puede marcar la vida del churumbel, el lugar donde va a pasar la década en la que aprenderá a vivir.
Pero luego empeora. Porque hay que conseguir que lo que uno decide otros lo aprueben. Vamos, que lo admitan. Y ahí sí que la cosa se pone peluda.
En este asunto, como en casi todos, creo firmemente en la libertad de elección. En que los padres tengan las menores trabas posibles para optar por el colegio que les convenza. No entiendo las divisiones por zonas: el hecho de tener un cole en la acera de enfrente no significa nada, comparado con la importancia de la decisión que tomas por tu hijo.
Luego, claro, ocurre que hay colegios que tienen más pretendientes que otros. Como ocurre en todos los órdenes de la vida. Los colegios deberían competir entre ellos por la calidad y la atención del profesorado, por los resultados académicos, por instalaciones, por comunidad e implicación. Es evidente, sin embargo, que algún mecanismo de igualación tiene que haber para evitar (en lo posible) que haya colegios convertidos en guetos de inmigrantes.
Así estamos, en fin. Temblando por el momento en que lleguen las listas, y esperando haber acertado. Estresados, vamos.

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