Los indignados la montaron en San Bernabé. Cierto. Los indignados la montaron en Barcelona. Cierto. Las dos cosas son como poco discutibles y, en algunos aspectos, condenables. Pero en este asunto los palos no deberían impedirnos la visión del bosque. Y el bosque da muchos motivos para indignarse, sea o no con tienda de campaña.
La crisis ya hace mucho que dejó de ser global. A estas alturas del 2011 es sobre todo europea, con alguna ramificación americana. Amplios sectores del mundo han despegado hace ya tiempo, mientras la Europa del euro sigue enfangada. Puede que seamos tontos y malos o puede que, además, las recetas económicas que se imponen como únicas nos estén haciendo cavar un hoyo más y más profundo.
A Europa le preocupa el déficit. Muy por encima del paro, lo que ya es mosqueante. Pero lo verdaderamente indignante es el diagnóstico: el déficit, viene a decirse, es culpa del gasto social. Y por eso hay que recortar sanidad, educación, jubilaciones. Y hay que subir el IVA, y bajar las cotizaciones.
Lo grave es que se presenta como ley lo que sólo es una opción. El problema del déficit no es sólo de salidas, sino de entradas: los ingresos se desploman. Pero todas y cada una de las medidas traen como consecuencia que nadie quiera gastar un euro, y que el consumo se retraiga aún más. Lo cual paraliza la actividad económica.
Mientras, resulta que el 80% de las empresas del Ibex 35 está en paraísos fiscales. Y que su presencia en esos paraísos se duplicó en el 2010, mientras que su contribución al erario español se redujo el 55%. Luchar contra eso -indignante, sin duda- sí sería luchar contra el déficit.