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Cautivo y desarmado

Nuevo contrato

No voy a decir de qué empresa se trata. Una de telefonía, y de las grandes. Mi objetivo del día de autos (el martes) era cambiar la tarifa de un móvil que apenas uso para pagar menos cada mes. O eso, o dejar la línea. Sencillo, ¿verdad?
Marco el número de atención al cliente. Musiquilla. Bienvenida. «Marque el 1 si desea tal, el 2 si lo que quiere es cual». Marco el 2. «Diga lo más claramente el objetivo de su llamada». «Cambio de tarifa», digo. Respuesta: «Todos nuestros operadores están ocupados. Vuelva a intentarlo en unos minutos». Y la llamada se cuelga.
En fin, pienso. Repitamos. Marco. Musiquilla. Bienvenida. «Marque el 1 si tal, el 2 si cual». Marco. «Diga claramente». «Cambio de tarifa». Y no: «todos nuestros operadores… Vuelva a…». Pip, pip, pip.
Tres minutos más tarde: Marco. Musiquilla. Bienvenida. «Marque». Marco. «Diga claramente»: «Cambio de tarifa». Todos ocupados: piip, piip.
Y así, equis. Hasta que, llevado de la sospecha, se me encendió la luz: llamé, marqué y, llegado el momento, dije: «Nuevo contrato». Oh sorpresa: todos los operadores estaban ocupados, pero en lugar de mandarme a freír churros, una amable voz me pidió que permaneciera a la espera, que el tiempo sería de menos de 3 minutos. A los pocos segundos ya hablaba con un amable colombiano y, luego, para intentar convencerme de que no me fuera, con una aún más amable española.
No les dije lo que pensaba porque, en fin, ellos no tienen culpa. Pero lo que pienso: en qué mundo vivimos si nosotros, los que pagamos, podemos ser tratados como gilipollas tan impunemente. Y con tanto descaro.

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