El mundo tiene extraños paralelismos. Dos partes del planeta tan lejanas como pensar se pueda van y se ponen de acuerdo. Y ole: la gloria de todo columnista, aunque sea, como yo, de nivel usuario.
Estos días, por ejemplo: van unos piratas togoleños y secuestran un barco casi-español. Malos malosos, claro. Piratas de éstos de hoy en día, con kalashnikov y machete. O me das la pasta, o te paso por la quilla y no te conocen ni los tiburones. Gente sin ningún complejo por ejercer su oficio, a pesar de que media humanidad les considere lo peor de lo peor.
En eso no están solos, y ahí va mi paralelismo particular. Otros a los que media humanidad (bueno, digamos media Rioja) odia ahora mismo, que ejercen su oficio sin complejos y a los que en algunos círculos llaman cosas bastante más feas que “piratas”. Me refiero, claro, a los mandamases de Lear. Lo suyo es otro tipo de piratería. Totalmente legal, y que algunos disculpan.
Algunos, digo: no yo. Para mí, lo suyo apesta. Será la lógica del mercado, pero desde luego no es mi lógica. Una empresa con paz social, que da beneficios (y muchos), ahora va a ser cerrada para que los accionistas de Lear cobren un 0,3 por ciento más de dividendos. Los 305 empleados cumplidores que trabajaban allí y los 200 igual de cumplidores de las empresas dependientes no importan un congo. Ya habrá otros a los que podamos contratar por la mitad en un país que no tenga legislación laboral. Y cuando ese país tenga esa legislación, nos vamos a otro. O llamamos a la CIA para que de un golpe de Estado.
Aquéllos son piratas, sí. ¿Y éstos?